martes, 20 de mayo de 2008

Un hombre de bigotes muy prolijos pero chistosos se sentó delante de mí en el subte el otro día. Tenía una nariz un tanto larga y pronunciada, la misma (según el chiste de algún tío un tanto repetido) era digna de ser subrayada… por eso el bigote chistoso, por eso la nariz chistosa. El hombre tenía también unos pelos un tanto novedosos para los tiempos que corren, los mismos, todos compactos y enmarañados, parecían venidos de una era que aún no llego, o bien, de una que ya pasó y él quiere inmortalizar. Tenía un traje que acusaba haber sido fabricado bajo un régimen que aún luchaba contra su enemigo detrás de un muro y, como si fuera poco, también era ocurrente. No era feo. De su mano colgaba un maletín, ni una valija ni un portafolio, dado que maletín es un nombre un tanto más alegre que los otros dos. Su forma de sentarse no era menos cómica que su bigote, su nariz, su pelo, su traje y su maletín; había en ella una empinada curva hacia delante que me hacía pensar que este hombre poseía un cierto interés por aquellas cosas que ocurren en asientos más alejados, a mis espaldas. Ocasionalmente miraba a sus costados como buscando, quizás, a alguien chistoso con quien alegrar su viaje siendo que yo no cubría sus pretensiones y él si las mías.
Luego de la primera estación noté los ojos del tipo, los mismos no eran para nada chistosos, por el contrario, se los notaba esquivos, deprimidos, tristes. Luego de este hallazgo me sorprendió como sus ojos habían pasado desapercibidos ante mi visión crítica, pues en un fondo de tanta alegría (su bigote, su nariz, su pelo, su traje, su maletín y su manera de sentarse) sus ojos apagados debieran haberse resaltado más.
El viaje terminó y me quede pensando en aquel tipo. Entendí que no había notado sus ojos tristes porque ese era justamente su propósito. Sospecho que todo lo chistoso en lo que reparé no es más que un anzuelo o una trampa de este señor para que nadie note su tristeza, su desconsuelo. Esta idea no es muy sana ni convida a la aceptación, de modo que quise encontrarme nuevamente al señor para conjeturar un poco más.
Una tarde lo volví a ver en el mismo subte y tal vez jugando mí pellejo me dispuse a seguirlo con mi cabeza durante todo el trayecto.

Esto es básicamente lo que entendí que él entendía.
Esto es básicamente lo que quiso decirme.
Su manera de explicar las cosas, en tan sólo algunas estaciones, me dejó en claro varios aspectos, tantos que probablemente no los pueda identificar de manera particular pero, a grandes rasgos, puedo decir que me dejó interpretar la razón de sus ojos tristes.

Antes de empezar digo que si no se entiende lo que quiso decir, invito, a aquellos que quieran entenderlo, a que lo busquen en la línea A por la tardecita, suele subir en Congreso destino Primera Junta.

Digo que dijo:

Extraño lo suficiente unas cuantas cosas.

Cuando reconozco que las extraño lo suficiente doy cuenta que definitivamente están en mi vida pero que no las tengo presentes todos los días. Sé que este razonamiento es demasiado elemental y descubro que no he descubierto nada con esto, pero de todos modos elijo no privarme de la linda sensación de reflexionar y de extrañar mientras lo hago. Voy a seguir.

Es imposible para mi encontrar impedimentos si quiero evidenciar (y hasta enumerar) aquello que extraño, pues son momentos, lugares, personas, sensaciones, razones y justificaciones que, aunque han dejado de estar entre los actores esenciales de esta vida de hoy, ocupan, o mejor dicho están, en algún eslabón de mis conexiones emotivas, sentimentales o mentales.

Esta reflexión no es del todo tan trillada, dado que quiero e insisto con ir un poco más allá y, a modo de recompensa, descubro que alguien sembró un mal que esta al acecho, un mal pensado para exorcizarnos de esta penosa sensación, un mal que cree que extrañar no es bueno, que cree que mejor es querer.

Doy cuenta del peligro que acarrea la posibilidad, cada día más concreta, de seguir viviendo sin necesidad de extrañar, sin necesidad de acordarme de estas cosas que extraño, es decir, el peligro de aprender a vivir sin extrañar. Esta posibilidad, aunque se disfrace de bien bajo la promesa de librarme de la sensación amarga que produce extrañar, busca adaptarme a una realidad que me quiere y me acepta sólo si sé velar (y abandonar) aquello que extraño. Por mi parte no quiero creer (y tal vez no logre evitarlo) que estoy empezando a desandar un camino en el que al final no habrá más cosas por extrañar y, esto, verdaderamente me aterra.

Considero que cuando alguien extraña algo no esta haciendo otra cosa más que manifestar la sensación (en este caso extrañar, claro esta) que le produce no tener aquello que cree propio, de su vida, de siempre, de modo que siguiendo con esta línea de creencia se desprende que cuando alguien deja de extrañar algo deja de sentirlo como propio, de su vida, de siempre.

Esta interpretación puede tener muchísimas más variantes, pero las mismas ciertamente no me interesan en este momento, dado que estoy principalmente preocupado y concentrado en hacerte entender el temor que me produce extrañar cada día menos y querer cada día más.

Esta sutil diferencia que veo, o que me invento, entre extrañar y querer es, entre otras tantas cosas, el asunto que me alarma. Me persigo con la idea de no ver, y por consiguiente cruzar, la línea que me cambia las sensaciones, que me lleva de extrañar a querer.
Elijo extrañar, no quiero querer.

Deseo extrañar teniendo de este modo una silenciosa esperanza de creer que tal vez esas cosas que extraño aún siguen siendo mías, aunque estén en los lugares más recónditos y alejados del planeta, aunque temporalmente y espacialmente ocupen otras realidades, aunque su existencia no exista dentro de la mía.
Esas cosas siguen siendo mías y las quiero, pero las quiero porque las extraño, porque las tengo.

Creo que lo tengo. Pienso que cuando tengo algo en algún lugar y no lo puedo disfrutar lo extraño, en cambio, cuando no tengo ese algo y no lo encuentro en ningún lugar que considere mío, propio, lo quiero. Quiero tenerlo para hacerlo propio, para luego extrañarlo. Esto me lleva a pensar que querer no es malo, siempre y cuando no nos confundamos con querer aquellas cosas que primero extrañamos.

Es un procedimiento, uno debe primero querer algo para conseguirlo, para apropiárselo, para luego extrañarlo. A su vez debemos prestar atención y no ceder ante el peligro inminente de abandonar aquellas cosas que extrañamos. No debemos abandonar aquello que ya es nuestro y, que aunque no sepamos dónde, esta. Abandonar aquello que extrañamos, es decir, dejar de extrañarlo, nos haría perder muchísimo de todo lo que hemos ganado.

Nos vemos, me bajo en Castro Barros porque tengo turno con el odontólogo.

1 comentario:

  1. Me saco el sombrero. Y ahora pienso que si voy a leerlo a usted, o hablar con usted, o mirarlo, o escucharlo o cualquier tipo de contacto, es mejor dejarme crecer el pelo y no usar nunca sombrero, ya que tendría que sacármelo a cada rato (por no decir mejor ni llevarlo.. que es lo que quiero decir en realidad) y entonce el pelo me protegería ante la falta de abrigo. El calor se escapa principalmente por la cabeza pero este es otro tema.

    Yo digo que guigiar dijo que el Sr de bigotes graciosos y maletín (parece que el efecto disfrazar los ojos.. es un poco más prolongado.. por ser eso lo primero que recuerdo.. y no sus ojos tristes y esto manifiesta una buena comucnicación escritor lector también me parece.. humildemente..) retomo.. y maletín dijo.. Para extañar hay que querer querer. Y me pregunto ahora si no tendría que haberlo dicho al revés, por una cuestión de que primero hay que querer como ud dijo, pero no. Quiero resaltar y empezar por el final (una vez más) que la verdad de los sentimientos de la milanesa consiste en extrañar. Eso es a lo que queremos llegar.

    Y quizás nunca demos un paso a partir de ahí, quizás coomo la propia filosofía.. lo que vale es la filosofía por la filosofía.. la cosa en la cosa misma.. extrañar en si mismo. Aunque querramos eventualmente sin que suene a utilidad.. que ese remolino y noches de sudor y en vela (sin siquiera luz de vela) "sirva" o nos desembarque en el puerto de eso (persona, lugar, momento) que extrañamos. Y que nos desembarque bien arrimados, cosa de no caer en la trampa.

    No lo sé.
    Es una esperanza secreta que puede albergar un consuelo.
    Quizás el consuelo más grande para el Sr de ojos tristes (y ahora como por arte de magia lo que recuerdo son sus ojos tristes, como si lo viese desnudo, sin bigote, sin maletín) sea que un chico camino a alguna parte (que vaya a saber uno sino tiene alguna extraña conexión con lo que él extraña) se preocupe por descifrar lo que hay detrás de lo que se ve.

    Será pariente de Ramirez? Extrañará a Uno Lopez?

    Lo adoro Mr.

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