martes, 20 de abril de 2010

será casi la hora

no se estremecían tus oídos
todas las ruinas de este mundo eran bromas a tus pies
tus palabras sostenían aquello que no podías ser
pero de todas maneras siempre perdías e ibas por más

miraste en cambio a tus costados
y tanto orden te destrozó la calma
tanta paz te cocinó la vida
te engañaste por ello con cualquier historia


que no volverías a creer auguraban casi todos los dioses
y tan solo uno sostuvo que no
susurraba a quien preguntara que pasarías tu vida padeciendo memoria
no pudiendo siquiera ignorarlo

la fuerza del mundo descansaba en esos dedos flojos
que aislados de todo tipo de reacción
perdían tus tardes entre todas las voces

prometías irte a dormir soñando con aquello
y apenas dormías si con suerte salía el sol
soñabas despacito, que nadie notara que aquel no eras vos

lunes, 19 de abril de 2010


Algo se quedó en Necochea, algo que nadie espera más que vos, algo que nadie sabe más que vos.
Contarlo no es tan sencillo como verlo, y verás que rara vez expetimentarás placer semejante. Es tu ser tan mediocre como divino el que se derrite bajo las sombras que auspicia ese pedazo de sol, es tu calamidad horizontal quien martilla suavecito, pero constante, las paredes cada vez más estrechas de este encierro... y Necochea allí, a tan sólo cientoveinte pesos de ida, porque para qué volver, para qué si de todos modos volverías caminando si así de creul fuese la necesidad.
Y eso quedó en Necochea, sumergido bajo la arena o enterrado en lo profundo del mar, eso que perdiste por porfiar, por no ver el tétrico precio que cuelga atado al cuello de lo regalado.
Vas, siempre vas, vos sabés que siempre vas pero no te quedás, no te animás, no es para vos. Pasarías años revolviendo arena y no pudiendo encontrar lo único sobre esta tierra que vale la pena buscar; es cruel Necochea, como toda niña bonita que se queda con ese gesto de más, el gesto que evidencia el cariñoso precio de tu falsa eternidad, el precio de tu kilos de amargura desperdigados sobre las calles de una ciudad..
Un muelle oxidado. Un muelle enamorado del óxido y la sal descansa imperturbable sobre los metros y metros de playa que tiene Necochea. No es un muelle más, es un muelle que no se deja interpretar, que no se deja contemplar, que no se deja tocar. Su amor es sólo del mar y de quienes saben envolver en el viento auténticas sonrisas, sus deseos son los tuyos y a la vez son ese tiro que te das cada mañana por porfiar, siempre un poquito más.
Ese muelle conoce como nadie a la luna y cada uno de sus caprichos, ese muelle ha soportado como pocos tus risas y tus llantos, ese muelle ha sido testigo de tu muerte antes que puedas sentirla, saborearle, padecerla...