sábado, 27 de diciembre de 2008

Un día con Freddy Valdés, exclusiva para E! entertainment

Era una tarde como tantas otras, una de esas tardes en la que nadie es capaz de encontrar amparo siquiera en la vanidad. Había poco viento y el sol estaba sólo por compromiso soportando allí en el cielo los tajos que le causan los pararrayos de los edificios de ciudad (de esta ciudad).
Tras algunos minutos de incertidumbre notó que sus pensamientos eran un tanto más oscuros de lo normal. No le importó en ese momento y siguió bailando como bailan todos los que tienen algo urgente galopando en la cabeza.
Se cargó en sus espaldas la mochila que lleva consigo a todos lados sin saber aún con qué didáctico fin, lo hizo esforzándose en silenciar su alma para oír con más serenidad el galope que le decía, en la cabeza, a que lado debía salir (rápido, muy rápido) para seguir viviendo aquella realidad..
Salió, entró, y nuevamente volvió a salir creyéndose seguro que ya nada podía enfurecer su cada vez más tardía salida.
Al pisar la ciudad notó al instante que aquel era uno de esos días en el que las avenidas no le pertenecen, siquiera por caridad o herencia. No supo si sentirse feliz o triste con tal hallazgo, el galope se desordenó y escapó dejando en su motor un silencio espectral. Sus pies se movían comandados por recuerdos, pues no había nada entero y sano que fuese real y capaz de hacerlo reaccionar.
La tenue lluvia acompañó su andar hasta que se perdió, una vez más, por las calles lindantes a la avenida.
Aquel día, y otros similares, dignos de esa calaña, hacían que Freddy Valdés decidiera caminar por calles tristes y vacías, buscando tal vez la sensación de sentirse rey de algún metro cuadrado, de sentirse vivo cual niño llorón perdido por alguna callejuela del cementerio de la chacarita. Él, en el fondo, no era conciente que sus ojos estaban cerrados, entonces marchaba como viendo delante suyo una escena repetida que no hacía otra cosa que ahuyentar de su cabeza cualquier recuerdo de galopes, necesidades, crisis, afectos y aromas…
Caminó por horas, muchas horas. Caminó tan parsimoniosamente que finalmente llegó al sitio que esperaba llegar. Tarde, como de costumbre, su esqueleto se hizo presente en el sitio que su cabeza necesitaba para volver a abrir las tranqueras a las mulas que dan galope constante y sin cesar.
Aquellos son los días en los que más odia la ciudad, pero no puede hacer nada para evitarlo. Ella le da (cada tanto) algún que otro golpecito ligero que lo pierde por sus infinitos adornados de escombros edificados y recetas innovadores con manchas de publicidad.
Eso es todo, no hay mucho más. Eso es lo que Freddy Valdés entiende, cada tanto, por vivir.