En fin, me alegra que este singular personaje siga teniendo el agrado de existir.
Por último pide que si alguien esta interesado en firmar, criticar o lo que se ocurra, lo haga sin compromiso de compra.
Hasta las próxima, va (a continuación) texto de guigiar y un cálido (y no por eso tibio) saludo mio.
Saludos. Martín.
No acaba de recuperarse de las heridas que le ha dejado el segundo que se fue cuando en su mente ya se acercan salvajes, y vociferando muertes, los siguientes. No termina su día frente al monitor opaco, que poco a poco le arruina la vista maldiciendo su presente a la vez que simula burlarse de su futuro. Su día no parece tener fin y tras el tiempo va él, corriendo entre distancias insalvables recogiendo lamentos en el camino.
Serán años y años frente a la cotidianeidad de ser sin necesidad de querer. Sin importar siquiera si su sonrisa valdrá más o menos de lo que le ofrecen hoy en día.
Sabe que nunca coincidirá su suerte con lo que siempre soñó y jura, con los ojos de resignación perdidos en la nada, que un buen día amanecerá con lucidez y coraje teniendo el valor para poner fin a todo este suplicio que le ahoga la esperanza de elegir.
No obstante siempre hay algún Dios mediando su pena, no olvida (casi por obligación) que alguna vez se rió. Recuerda que alguien (no quiere recordar quien) tuvo en sus manos la magia de entregarle felicidad, y si bien no duró mucho es de los pocos recuerdos valiosos que atesora con brutal estima.
Pasaron cerca de dos minutos, pueden haber sido tres, dado que no controló de manera muy precisa su prisión. Su cabeza sigue dispersa en praderas que acaban por incendiarse y en océanos que se secan sin más remedio para su paz. Vuelve. Siempre vuelve cuando no lo necesita.
Esconde sus ojos con un mucha fuerza entre sus párpados, pero no logra arañar un poco de libertad al liberarlos. Todo sigue igual. Su cabeza sigue sufriendo estampidas de segundos y segundos que nunca detienen su cínico y cíclico martillar. Sus ojos están un poco más cansados que cuando empezó su vigésima huida del día. Se siente desilusionado porque no pudo, ni supo cómo, utilizar el agua del océano para apagar el incendio de la pradera. Su lamento dura tan sólo un instante porque reconoce que siempre se lamenta de lo mismo y se dice, en su interior, que algún día dejará de tropezar dos, tres, cuatro, y hasta veinte veces con la misma piedra.
Este último escape le devolvió un poco más de fe que al anterior, por lo menos ahora calcula que con mucha desdicha tan sólo lo separan de su refugio unas diez horas. La ecuación termina por desanimarlo un poco: si en tres horas tuvo cerca de 20 salidas, tendrá que economizar retiradas porque conoce los límites que propone el sentido común de su imaginación.
Una llamada con una voz un tanto dulce, y a esta altura casi familiar, lo remonta a ese tiempo fuera del tiempo en el que tan bien suele sentirse, pero no es más que eso. Volvió y no podrá darse el gusto de reencontrarse con los suyos, por lo menos en el resto de esta vida. Sigue buscando un nuevo disfraz pero no ve más allá de su piel, de su presente, de su nación, de su batalla perdida, de su ideología pisada. Lo envuelve la soledad rencorosa que le reprocha su abandono en aquellos años, después de todo lo merece y no reniega más que lo justo y necesario al respecto.
Así, igual que ayer y anteayer, sobrevive a otro día sin saber donde realmente merece (o quiere, a decir verdad) estar.
Serán años y años frente a la cotidianeidad de ser sin necesidad de querer. Sin importar siquiera si su sonrisa valdrá más o menos de lo que le ofrecen hoy en día.
Sabe que nunca coincidirá su suerte con lo que siempre soñó y jura, con los ojos de resignación perdidos en la nada, que un buen día amanecerá con lucidez y coraje teniendo el valor para poner fin a todo este suplicio que le ahoga la esperanza de elegir.
No obstante siempre hay algún Dios mediando su pena, no olvida (casi por obligación) que alguna vez se rió. Recuerda que alguien (no quiere recordar quien) tuvo en sus manos la magia de entregarle felicidad, y si bien no duró mucho es de los pocos recuerdos valiosos que atesora con brutal estima.
Pasaron cerca de dos minutos, pueden haber sido tres, dado que no controló de manera muy precisa su prisión. Su cabeza sigue dispersa en praderas que acaban por incendiarse y en océanos que se secan sin más remedio para su paz. Vuelve. Siempre vuelve cuando no lo necesita.
Esconde sus ojos con un mucha fuerza entre sus párpados, pero no logra arañar un poco de libertad al liberarlos. Todo sigue igual. Su cabeza sigue sufriendo estampidas de segundos y segundos que nunca detienen su cínico y cíclico martillar. Sus ojos están un poco más cansados que cuando empezó su vigésima huida del día. Se siente desilusionado porque no pudo, ni supo cómo, utilizar el agua del océano para apagar el incendio de la pradera. Su lamento dura tan sólo un instante porque reconoce que siempre se lamenta de lo mismo y se dice, en su interior, que algún día dejará de tropezar dos, tres, cuatro, y hasta veinte veces con la misma piedra.
Este último escape le devolvió un poco más de fe que al anterior, por lo menos ahora calcula que con mucha desdicha tan sólo lo separan de su refugio unas diez horas. La ecuación termina por desanimarlo un poco: si en tres horas tuvo cerca de 20 salidas, tendrá que economizar retiradas porque conoce los límites que propone el sentido común de su imaginación.
Una llamada con una voz un tanto dulce, y a esta altura casi familiar, lo remonta a ese tiempo fuera del tiempo en el que tan bien suele sentirse, pero no es más que eso. Volvió y no podrá darse el gusto de reencontrarse con los suyos, por lo menos en el resto de esta vida. Sigue buscando un nuevo disfraz pero no ve más allá de su piel, de su presente, de su nación, de su batalla perdida, de su ideología pisada. Lo envuelve la soledad rencorosa que le reprocha su abandono en aquellos años, después de todo lo merece y no reniega más que lo justo y necesario al respecto.
Así, igual que ayer y anteayer, sobrevive a otro día sin saber donde realmente merece (o quiere, a decir verdad) estar.
guigiar.