martes, 25 de septiembre de 2007

Un instrumento de su oscuridad.

Bueno, no hay mucho por decir... menos si entiendo que esto no me pertene más que moralmente y que lo leen 3 o 4 personas recién... pero es como dar un buen paso reconocer que a poco guigiar (me confesó que le agradan más las minúsculas) va a poder encontrar en este lugar "un espacio para espaciar" (¿?) ... Si, no se comprende bien el concepto, lo mismo le advertí esta tarde cuando me solicitó que por favor publique una nueva entrada en su Blog. También le sugerí que de una vez por todas se decida y tome control el sobre los rumbos que tiene pensado (o no) para esto. Me argumentó que no es capaz de manejar toda la presión y que algún día necesitará un manager o bien un agente de prensa, por lo que prácticamente no me dejó muchas más alternativas... por otra parte me dio lástima el tono de su voz cuando me sobornó poniendo en juego su enorme timidez.

En fin, me alegra que este singular personaje siga teniendo el agrado de existir.
Por último pide que si alguien esta interesado en firmar, criticar o lo que se ocurra, lo haga sin compromiso de compra.

Hasta las próxima, va (a continuación) texto de guigiar y un cálido (y no por eso tibio) saludo mio.

Saludos. Martín.

No acaba de recuperarse de las heridas que le ha dejado el segundo que se fue cuando en su mente ya se acercan salvajes, y vociferando muertes, los siguientes. No termina su día frente al monitor opaco, que poco a poco le arruina la vista maldiciendo su presente a la vez que simula burlarse de su futuro. Su día no parece tener fin y tras el tiempo va él, corriendo entre distancias insalvables recogiendo lamentos en el camino.
Serán años y años frente a la cotidianeidad de ser sin necesidad de querer. Sin importar siquiera si su sonrisa valdrá más o menos de lo que le ofrecen hoy en día.
Sabe que nunca coincidirá su suerte con lo que siempre soñó y jura, con los ojos de resignación perdidos en la nada, que un buen día amanecerá con lucidez y coraje teniendo el valor para poner fin a todo este suplicio que le ahoga la esperanza de elegir.
No obstante siempre hay algún Dios mediando su pena, no olvida (casi por obligación) que alguna vez se rió. Recuerda que alguien (no quiere recordar quien) tuvo en sus manos la magia de entregarle felicidad, y si bien no duró mucho es de los pocos recuerdos valiosos que atesora con brutal estima.
Pasaron cerca de dos minutos, pueden haber sido tres, dado que no controló de manera muy precisa su prisión. Su cabeza sigue dispersa en praderas que acaban por incendiarse y en océanos que se secan sin más remedio para su paz. Vuelve. Siempre vuelve cuando no lo necesita.
Esconde sus ojos con un mucha fuerza entre sus párpados, pero no logra arañar un poco de libertad al liberarlos. Todo sigue igual. Su cabeza sigue sufriendo estampidas de segundos y segundos que nunca detienen su cínico y cíclico martillar. Sus ojos están un poco más cansados que cuando empezó su vigésima huida del día. Se siente desilusionado porque no pudo, ni supo cómo, utilizar el agua del océano para apagar el incendio de la pradera. Su lamento dura tan sólo un instante porque reconoce que siempre se lamenta de lo mismo y se dice, en su interior, que algún día dejará de tropezar dos, tres, cuatro, y hasta veinte veces con la misma piedra.
Este último escape le devolvió un poco más de fe que al anterior, por lo menos ahora calcula que con mucha desdicha tan sólo lo separan de su refugio unas diez horas. La ecuación termina por desanimarlo un poco: si en tres horas tuvo cerca de 20 salidas, tendrá que economizar retiradas porque conoce los límites que propone el sentido común de su imaginación.
Una llamada con una voz un tanto dulce, y a esta altura casi familiar, lo remonta a ese tiempo fuera del tiempo en el que tan bien suele sentirse, pero no es más que eso. Volvió y no podrá darse el gusto de reencontrarse con los suyos, por lo menos en el resto de esta vida. Sigue buscando un nuevo disfraz pero no ve más allá de su piel, de su presente, de su nación, de su batalla perdida, de su ideología pisada. Lo envuelve la soledad rencorosa que le reprocha su abandono en aquellos años, después de todo lo merece y no reniega más que lo justo y necesario al respecto.
Así, igual que ayer y anteayer, sobrevive a otro día sin saber donde realmente merece (o quiere, a decir verdad) estar.


guigiar.

viernes, 14 de septiembre de 2007

¿A modo de presentación?


Aquí abre un gran paréntesis.

Llegó la hora de empezar. No sé cómo pero aterrizó en las selvas del ocio la necesidad de trascender (un poco, no suelo abusar demasiado de la pretensión) las fronteras que ofrecen las nauseas en evidentes repeticiones.

Está casi todo dado: no es tan tarde como para pensar en ir a dormir ni lo suficientemente temprano como para permanecer en el letargo.

Nunca jugué a ser torero, estrella y mucho menos ascensor, conozco los límites por encima del techo. Ahí van las disculpas un tanto camufladas.

Párrafo aparte a la sinceridad que me invade.

Nunca imaginé que esto podía suceder, y si bien tampoco es algo muy relevante, tiene una mínima importancia que todavía no conozco.

Se cierra el paréntesis, no queda mucho por aclarar.

Pasó la vida y no tenía nada que recordar, no había en sus dedos algo que lo haga disfrutar. No era tan feliz su existencia al final de cuentas, siempre el mismo desenlace a toda la humanidad. Siempre la misma noche que cae sobre el atardecer.
Nunca se creyó la suerte que tuvo por no pertenecer y se pasó la vida esperando su oportunidad.
Se consumieron los días a su alrededor y no le alcanzó al valor para despegar, acarició en libros y enciclopedias la verdad. Se bañó mil veces de omnipotencia, corrió furioso entre las tinieblas.
Pobre de él, no da cuenta de su tiempo y sigue buscando consuelo en la oscuridad. El sonido le estremece el alma pero no distingue la música del ruido ni la poesía de la rima.

Me contó que fueron horas de incertidumbre, es más, le molestaba sentirnos respirar y no ver. Le molestaba tanto que optó por renunciar a su libertad y dedicó su vida a maldecirnos, a querer pensar como nosotros, a correr detrás de la casualidad. Me confesó que soñaba con encontrarnos en una esquina.
Nunca pudo, nunca le dio resultado.

El orgullo le prohibía seguir nuestros pasos. Quizás fue por eso que dejó pistas para ser localizado.

Pero nunca nadie lo encontró, tan sólo una brisa lustró sus botas y amenazó su calma con quedarse, y tras jugar viéndolo sufrir un rato cambió su falsa y modesta opinión para huir.

Pasó esa noche y todos sentimos que en su mesa se jugaba más que toda la eternidad.

Nunca más lo volví a ver. Juré que lo enterraría en la noche donde eligió vivir y así pasó.

Quiero volver y no se cómo, no encuentro puerta ni rencor para visitarlo. A Dios gracias la sana bendición de haberlo conocido, su odiosa existencia no fue más que la única prueba que se me presentó. Ya no dudo. Existe la traición y mucho más.

(El claustrofóbico encierro fue un solitario palacio para su alma y ahí se quedó, se perdió).



Simplemente pasó. Espero que continúe porque me causa intriga su necesidad.