lunes, 12 de mayo de 2008

No, no y no.

Ni bien mi reloj puso su mano sobre mis piernas y mis ojos cortaron bruscamente mi fino cordón de plata supe que hoy, probablemente, no iba a ser un gran día. Aquella sensación me acompañó exactamente la cantidad de minutos que necesita mi cabeza para procesar información y, luego, siniestramente se evaporó, pues mi cabeza (sorprendentemente un tanto más ágil que otras mañanas) procesó la noticia que daría un tiro de gracia a mi esperanza pagana que rogaba por que aquella sensación sea sólo eso, una sensación.
En mi ser empezaron a arremolinarse malas respuestas, malas mañas, malos modales e, incluso, una rabia contenida (quién sabe de cuándo) que empezaba a organizar una protesta que traía humos de violencia… ¿la razón?, ¿que decía aquella noticia?, ¿cuál era la realidad?, simple, un paro espontáneo de subtes acortaba sideralmente mis tiempos y, consecuencia aún más grave, me empujaba a diseñar un plan de emergencia matinal.
Esto no hubiera sido problema (y creo que hasta hubiera sido un juego) de no ocurrir a estas horas de la mañana, sucede que uno (particularmente yo) no cuenta con una capacidad notable durante toda su vida y, siendo que esta “virtud” es más pronunciada a altas horas de la madrugada, el problema no sólo era ajeno (el paro), sino que también provocada y atentaba contra mi escasa condición pacífica.
De por si la mañana se asomaba dura, un frío con muecas de invierno decía presente sin importarle que la ventana estuviera cerrada o que la cocina estuviese encendida. La voz ya no era voz, era un eco que no dejaba de burlarse en mi cabeza, me repetía constantemente, con una tranquilidad desesperante, que no había subtes, que debía apresurar mi marcha y, como si esto fuera sencillo, pensar de qué manera ir a trabajar.
El desayuno fue lo primero que tuve que apartar de mi alma y, pese a un gran dolor, la decisión estaba tomada. Pudo haber sido la ducha (que finalmente también sería descartada) pero en aquellos minutos era verdaderamente muy necesaria para acabar mi proceso de despierte.
Pasaron los minutos y mi cuerpo no daba signos de reacción alguna. Mis ojos, que extrañaban brutalmente la suavidad del cordón de plata, padecían muertos, inmóviles, ante la pantalla de colores que ofrecía a muñecos desvelados hablando con definiciones de diccionario. Aquellos muñecos poco tenían de injerencia en mi realidad, pero su serenidad era motivo de más furia –debo reconocer que una vez resuelto mi problema coyuntural, mi odio hacia aquellos individuos permanece intacto pero fundamentado en otros motivos-.
El tiempo que mis ojos permanecieron clavados en la nada intentando asimilar un poco de frescura televisiva fue el suficiente como para que mi alma se viera en la obligación de desprenderse de otra parte importante de su existencia: la ducha. No había tiempo ya, en diez minutos tenía que estar trabajando y aún no sabía como llegar.
Un breve chapuzón en mi lavatorio asimiló algunas (no todas) propiedades de la ducha y el cepillo de dientes hizo lo suyo. Un trago de agua cumplió el rol del desayuno ausente y, tras haberme vestido casi sin ver y de memoria, ya estaba listo para partir.
Cómo ir ya era mi único problema, cargaba con mi mochilla llena de papeles universitarios pero no había una solución práctica en ellos.
Estaba desorientado, perdido, sin saber hacia dónde correr. De pronto, el despertador, la voz, el eco y, a estas horas mi asesor también, me ofreció un peso y me dijo: “el 2 en Belgrano, dale que llegas tarde”.
Así salí, con esa consigna.
Así llegue, obnubilado, sin entender bien lo que sucedió. O si, pero no queriendo hacerme cargo. No quiero entender que mis días ya son así, que soy parte de los noticieros matinales que conducen tipos desvelados que hablan con definiciones de diccionario.
Tal es mi negación que me reservo los pormenores de lo que siguió. Tal vez como anticipo o como curiosidad les digo que nada termina ahí, pues todas las otras personas que amanecieron con esta escandalosa noticia del paro decidieron (tal vez antes que a mi me lo digan) ir a Belgrano a tomar el 2.
No, no habrá más datos. Me niego a ser parte de aquellas personas que cargan con una desesperación enorme desde tan temprano. No los soy. No lo seré. No lo quiero ser.
Prefiero despertar con una canción.

1 comentario:

  1. no imaginé que se trataba de lo que se trataba hasta entrado en palabras.. me gusta que me pase eso cuando leo.. pero no tanto que llegue a ser desesperante (cual levantarse y saber que no habra subte).. a menos que el final sea demasiado bueno.. (si ustede lo escribiera, lo sería.. de ser el segundo caso que plantee luego del a menos que..)

    a una amiga le pasó hacer la super cola para tomarse el bondi..
    quizas lo unico rescatable.. es tener un plan de emergencia para la proxima ocasión.. pq es probable que en Argentina y Uruguay, esto siga pasando, ahora también es probable que cuando uno tiene el plan, entonces esto no pase por un buen tiempo, el suficiente como para que uno o se olvide del plan, o al momento de hacerlo no tenga los elementos a mano, como ser una caja de jugo en vez de agua, la canilla abierta mientras nos desayunamos con los muñecos que hablan como diccionarios.. y ese tipo de cosas.. que querríamso haber planeado pero igual sabemos que cuando vuelva a pasar no vamos a tenerlas o hacerlas..

    No. No. Y No.

    con que canción se quiere despertar? me gustaría saber eso.
    eso merece otra entradas. si. si. y si. (y si y solo si ud quiere)

    abrazo Mr!
    contestaré en cuanto pueda el mail.
    ya tengo muchas ganas efervescentes de hacer un proyecto en conjunto.

    atentamente
    un conocido de Ramirez (pero él no me conoce, aunque presiento que yo creo que el n ome conoce, pero también creo que el si me conoce, así como también me creo más especial por creer que lo conozco y él no. y más especial por saber que en realidad si me conoce, pero seguir queriendo creer que no.)

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