viernes, 8 de agosto de 2008

mi genio amor

Tsunami.

Sospecho que esta vez me toca a mí
pagar toda la puta fiesta.
Un gato me cruzó, negro y puntual
y no lo pude esquivar.

No puede servirme en nada
ganar todo el mundo así...
si pierdo mi alma nada va a estar bien.

Hay más bla-blá y más glu-glú...
quieren al picho y no sus pulgas
Mmm!... creo que ésta vez
el huevo está bastante más salado, amigos.

Gordita de Pinamar
(nunca acaba de llegar)
estéticos herpes y culito on-line.

Otra vez esa sandía hechándole la culpa al empedrado
(no querés ponerle tu balazo).

Se va a la ola a beber... y chau!
Va a la ola a joder... y chau!
Hay mucho beat y mucho soul barato y bossanova ponja.
Hay quemazón, así, de chicharrón
con un festejo de cien maltas.

Putitas de la cocoa y turco del especial
yiritos de tiendas proges, sin amor...
Toda esa caca te paspa mal!

REP: Sospecho que esta vez...

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Aunque en ocasiones dudara de su mala fortuna, el tipo rudo seguía siendo el más rudo de todos los tipos que jamás habíamos visto por este vecindario. Sus palabras no eran azarosas, muy por el contrario, cargaban con un estremecedor filo capaz de deshacer el silencio más tenebroso que jamás alguien haya escuchado. De esto puede dar fe Bernardo, un mediocre que nunca ha ido más lejos que sus brazos y sin embargo creía que vivía.
En oportunidades memorables y que no muchos olvidan, Bernardo solía querer decir que el tipo rudo era verdaderamente rudo, esto era fácilmente apreciable en su rostro calvo de expresiones y sus manos veloces como torres que caen con segundos de diferencia. Él solía oler la valentía en cualquier campera, esta virtud, estrictamente suya, no era nada envidiable, dado que finalmente siempre terminaba obsequiando sus arenas a cualquier zorro con traje de pastor; pero había algo que Bernardo sabía bien y, a decir verdad, nadie lo dudaba en este vecindario,… el tipo rudo era rudo y no sólo que lo era, sino que además era el tipo más rudo que jamás habíamos visto desfilar sin querer hacerlo.
Cierta mañana de algún mes que no ameritó ser distinguido con un nombre o un clima (no diré que se trata de agosto), Bernardo oyó pasos en su cabeza, a continuación olió en su alma el temor, luego los pasos se hicieron cada vez más intensos y una feroz luz le cegó los movimientos a plena luz del día. Bernardo no dijo nada dado que nunca podía (ni sabía) hacerlo; nosotros, sus supervisores, nos dimos cuenta que él estaba en otro lugar, se había ido (enamorado otra vez) tras los pasos de algo más que una atractiva y juguetona historia para una biografía, estaba tras el amor del tipo más rudo que jamás nadie vio.
Inmediatamente lo quisimos traer; enviamos por él a nuestro mejor hombre, el que carga con más terror de todos, el que lleva más espadas que palabras y más bastones que ideas… Él (no diremos su nombre por respeto a quienes aún lo quieren, o quieren quererlo) fue tras las huellas de la baba de Bernardo en busca del tipo más rudo que jamás cruzó este vecindario, en su mano derecha empuñaba el bastón y en la izquierda la espada, en su mente sólo cabían festejos y fiebres de felicidad que no quemaban su alma.
Pasaron días y él nunca volvió. Bernardo siguió perdido en alguna dimensión de la que evidentemente nuestro héroe nunca había regresado; la probabilidad de que nuestro titán estuviera festejando en algún cielo con el alma de Bernardo se desinfló cuando de la boca del sin rostro empezaron a brotar carcajadas mudas pero alegres, por primera vez vimos vida en la cara de aquel pobre tipo.
No es necesario comentar pormenores del desenlace; ustedes sabrán entender que la vida de Bernardo nos importaba más que la nuestra, sabrán entender que no podíamos dejar que Bernardo nunca más abriera los ojos, sabrán entender, por sobre todo, que no podíamos permitir que nuestro titán no regresé en busca de todos nuestros reproches y todos sus laureles, no podrán siquiera ponerse a pensar que íbamos a permitir que Bernardo muriera ciego en alguna realidad que no sabemos que le iría a deparar.
Fueron sólo un par de gritos y Bernardo habló por última vez… dicen mis colegas que aquella no era su voz, yo de esto no podría dar fe, puesto que nunca le he prestado mayor atención a sus silencios.
Hundimos en la cabeza de Bernardo la solución a todos los problemas, y después de breves minutos Bernardo no estuvo más.

La voz que nunca fue de Bernardo, él nunca emitió palabra, sólo rió. Nosotros sabemos bien que una risa no es una voz, odiamos que nos prejuzguen; sucede que su risa tenía voz, la alegría traía consigo el llanto del prócer que nunca pudo ser lo que esperábamos que sea. Ese llanto traía una voz, esa voz sólo pedía piedad.
Bernardo había salvado su vida, el tipo más rudo de todos lo había hecho por él.

Este hijo de puta siempre nos saca un paso de ventaja, siempre filtra alguien (algún estúpido Bernardo) entre nosotros para hacernos notar que aún vive, que aún existe, que no nos hemos librado de él. Después de todo, y no por nada, es el tipo más rudo que jamás han visto estos ojos que, por cierto, ya sabrán entender, cargan con todo (pero todo...) el terror.