jueves, 29 de mayo de 2008

con papi nuevo

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Bienvenidos a Nextel.


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Sé que en algún lugar no te duelen tantos las lágrimas que acusás, (es tarde para andar explicando los motivos que te trajeron hasta esta pared…)
No fue la hora indicada, el llanto estaba a la vuelta de toda posibilidad; no lo vimos y esta es ahora nuestra traición. Dulce y soñada, nunca pudimos haberla escrito mejor, estaba en tu puño y la escupiste sin mirar.
Juraste por la tarde que ibas a despertar… pasaron los encierros y hoy las jaulas no son más que fotos en esta pared.

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Es todo tan metálico y reciclable que hasta el aire no es aire (es asco) en este nuevo lugar. Todos respiran como si no tuviesen una verdadera razón por la cual hacerlo, parecen haberse concentrado en no ver otra cosa que no sea “la misión y la visión” que la de nuestro nuevo papi tiene para nosotros.
(…)
Estos nuevos disfraces son cada día más caros y portarlos es un orgullo paradisíaco, basta con caminar tan sólo algunos segundos por el pasillo para ver como todos envidian a la vez que sueñan ser como dios.
(…)
A algunos, muy pocos, se les nota la conciencia humana y, pese a esto, es doloroso ver como sus rostros no muestras rasgos de seguridad, de venganza o, al menos, de felicidad. La mayoría de los idiotas (que cada día desprecio más) caminan confiados que a su paso se rinden miradas, que a sus indiferencias se siembran sueños, esperanzas y anhelos. Estos idiotas ya se olvidaron de su alegría, viven sólo por y para papi, viven soñando con conocerlo, con ser como dios.
(…)
Algunos, muy pocos, nos reconocemos solamente con mirarnos y no podemos ocultar este lenguaje que (rogamos) siempre nos unirá. Nos vemos y no hay vuelta, estamos vencidos. Estamos aquí, llegamos,… y la felicidad que nos venden es nuestra obligación comprar, de lo contrario no vamos a poder soportar mucho más… el aire es un asco y cada día pesa menos que el que vendrá, no vemos (ni miramos) nada que nos de un aliento, una esperanza…
(…)
El dios de este infierno cree saber lo que hace y hasta tal vez ya cuente con nosotros. Nada podemos decirle, sabe (y doy fe) que tarde o temprano le diremos papá…
(…)
Nos miramos y tenemos miedo; miedo de no poder escapar, miedo de terminar siendo como aquellos (muy pocos) a los que se les nota la conciencia humana, sólo la conciencia.
(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)(…)

martes, 20 de mayo de 2008

Un hombre de bigotes muy prolijos pero chistosos se sentó delante de mí en el subte el otro día. Tenía una nariz un tanto larga y pronunciada, la misma (según el chiste de algún tío un tanto repetido) era digna de ser subrayada… por eso el bigote chistoso, por eso la nariz chistosa. El hombre tenía también unos pelos un tanto novedosos para los tiempos que corren, los mismos, todos compactos y enmarañados, parecían venidos de una era que aún no llego, o bien, de una que ya pasó y él quiere inmortalizar. Tenía un traje que acusaba haber sido fabricado bajo un régimen que aún luchaba contra su enemigo detrás de un muro y, como si fuera poco, también era ocurrente. No era feo. De su mano colgaba un maletín, ni una valija ni un portafolio, dado que maletín es un nombre un tanto más alegre que los otros dos. Su forma de sentarse no era menos cómica que su bigote, su nariz, su pelo, su traje y su maletín; había en ella una empinada curva hacia delante que me hacía pensar que este hombre poseía un cierto interés por aquellas cosas que ocurren en asientos más alejados, a mis espaldas. Ocasionalmente miraba a sus costados como buscando, quizás, a alguien chistoso con quien alegrar su viaje siendo que yo no cubría sus pretensiones y él si las mías.
Luego de la primera estación noté los ojos del tipo, los mismos no eran para nada chistosos, por el contrario, se los notaba esquivos, deprimidos, tristes. Luego de este hallazgo me sorprendió como sus ojos habían pasado desapercibidos ante mi visión crítica, pues en un fondo de tanta alegría (su bigote, su nariz, su pelo, su traje, su maletín y su manera de sentarse) sus ojos apagados debieran haberse resaltado más.
El viaje terminó y me quede pensando en aquel tipo. Entendí que no había notado sus ojos tristes porque ese era justamente su propósito. Sospecho que todo lo chistoso en lo que reparé no es más que un anzuelo o una trampa de este señor para que nadie note su tristeza, su desconsuelo. Esta idea no es muy sana ni convida a la aceptación, de modo que quise encontrarme nuevamente al señor para conjeturar un poco más.
Una tarde lo volví a ver en el mismo subte y tal vez jugando mí pellejo me dispuse a seguirlo con mi cabeza durante todo el trayecto.

Esto es básicamente lo que entendí que él entendía.
Esto es básicamente lo que quiso decirme.
Su manera de explicar las cosas, en tan sólo algunas estaciones, me dejó en claro varios aspectos, tantos que probablemente no los pueda identificar de manera particular pero, a grandes rasgos, puedo decir que me dejó interpretar la razón de sus ojos tristes.

Antes de empezar digo que si no se entiende lo que quiso decir, invito, a aquellos que quieran entenderlo, a que lo busquen en la línea A por la tardecita, suele subir en Congreso destino Primera Junta.

Digo que dijo:

Extraño lo suficiente unas cuantas cosas.

Cuando reconozco que las extraño lo suficiente doy cuenta que definitivamente están en mi vida pero que no las tengo presentes todos los días. Sé que este razonamiento es demasiado elemental y descubro que no he descubierto nada con esto, pero de todos modos elijo no privarme de la linda sensación de reflexionar y de extrañar mientras lo hago. Voy a seguir.

Es imposible para mi encontrar impedimentos si quiero evidenciar (y hasta enumerar) aquello que extraño, pues son momentos, lugares, personas, sensaciones, razones y justificaciones que, aunque han dejado de estar entre los actores esenciales de esta vida de hoy, ocupan, o mejor dicho están, en algún eslabón de mis conexiones emotivas, sentimentales o mentales.

Esta reflexión no es del todo tan trillada, dado que quiero e insisto con ir un poco más allá y, a modo de recompensa, descubro que alguien sembró un mal que esta al acecho, un mal pensado para exorcizarnos de esta penosa sensación, un mal que cree que extrañar no es bueno, que cree que mejor es querer.

Doy cuenta del peligro que acarrea la posibilidad, cada día más concreta, de seguir viviendo sin necesidad de extrañar, sin necesidad de acordarme de estas cosas que extraño, es decir, el peligro de aprender a vivir sin extrañar. Esta posibilidad, aunque se disfrace de bien bajo la promesa de librarme de la sensación amarga que produce extrañar, busca adaptarme a una realidad que me quiere y me acepta sólo si sé velar (y abandonar) aquello que extraño. Por mi parte no quiero creer (y tal vez no logre evitarlo) que estoy empezando a desandar un camino en el que al final no habrá más cosas por extrañar y, esto, verdaderamente me aterra.

Considero que cuando alguien extraña algo no esta haciendo otra cosa más que manifestar la sensación (en este caso extrañar, claro esta) que le produce no tener aquello que cree propio, de su vida, de siempre, de modo que siguiendo con esta línea de creencia se desprende que cuando alguien deja de extrañar algo deja de sentirlo como propio, de su vida, de siempre.

Esta interpretación puede tener muchísimas más variantes, pero las mismas ciertamente no me interesan en este momento, dado que estoy principalmente preocupado y concentrado en hacerte entender el temor que me produce extrañar cada día menos y querer cada día más.

Esta sutil diferencia que veo, o que me invento, entre extrañar y querer es, entre otras tantas cosas, el asunto que me alarma. Me persigo con la idea de no ver, y por consiguiente cruzar, la línea que me cambia las sensaciones, que me lleva de extrañar a querer.
Elijo extrañar, no quiero querer.

Deseo extrañar teniendo de este modo una silenciosa esperanza de creer que tal vez esas cosas que extraño aún siguen siendo mías, aunque estén en los lugares más recónditos y alejados del planeta, aunque temporalmente y espacialmente ocupen otras realidades, aunque su existencia no exista dentro de la mía.
Esas cosas siguen siendo mías y las quiero, pero las quiero porque las extraño, porque las tengo.

Creo que lo tengo. Pienso que cuando tengo algo en algún lugar y no lo puedo disfrutar lo extraño, en cambio, cuando no tengo ese algo y no lo encuentro en ningún lugar que considere mío, propio, lo quiero. Quiero tenerlo para hacerlo propio, para luego extrañarlo. Esto me lleva a pensar que querer no es malo, siempre y cuando no nos confundamos con querer aquellas cosas que primero extrañamos.

Es un procedimiento, uno debe primero querer algo para conseguirlo, para apropiárselo, para luego extrañarlo. A su vez debemos prestar atención y no ceder ante el peligro inminente de abandonar aquellas cosas que extrañamos. No debemos abandonar aquello que ya es nuestro y, que aunque no sepamos dónde, esta. Abandonar aquello que extrañamos, es decir, dejar de extrañarlo, nos haría perder muchísimo de todo lo que hemos ganado.

Nos vemos, me bajo en Castro Barros porque tengo turno con el odontólogo.

viernes, 16 de mayo de 2008

Nuotatori Professionisti

(Beilinson - Solari)

Cuando la marea los quiere tapar
en el corazón de la noche,
pagan con promesas los nenes de oro.

Cómo actúan esos tipos felices?
Cómo brillan sus muecas festivas?
Si acarician pasteles de culo,
sanos, muy fuertes y azucarados.

Sudar no les cambia la racha, no;
llevan el juego en la sangre,
y van descarados, lindos varoncitos de oro.

Viven temiendo despertar de sus sueños!
Van de vampiros de arrabal.
Adidas digitales!
Pepsi inyectable y... dame más, dame más!
Qué milagroso día el de hoy!

Retiran mientras van ganando,
ésa es su dulce macumba
para nenas que llevan mantón de martirio.

Esos nenes con superpoderes
hoy se trenzan en juego espartano,
como lenguas de fuego que arrasan
a su paso todo lo que pueden.

Le hacen precio a los buenos amigos
por un par de tatuajes masocas,
y pagan con promesas los nenes de oro.

jueves, 15 de mayo de 2008

Se dijo alguna tarde frente a su sombra:


No encuentro la palabra y mi cabeza pide otra vuelta,
Veo que no todo es bueno de aquel lado del espejo, te veo de rodillas pidiendo más…
No son claras las reglas, no las elegí, nunca pude haberlo hecho así…
No importa si es antes o después de la noche, sabemos que ella nunca llega como la necesitamos.
Mis manos abrazan egoístas sólo a mi llanto, el tuyo, descreído, tampoco se acuerda del mío…
No son las reglas, es el modo…
No elegimos este cielo ni este sol, pero si el ojo con el que lo contemplamos.

No encuentro la palabra y mi alma dice que ya es suficiente, que no habrá otra vuelta,
Mi cabeza sangra, quiere otra prueba de vanidad, otro mecánico modo de pensar,
No todo es tan bueno de este lado del espejo, me veo de rodillas no queriendo querer más…
No son claras las reglas como tampoco mi modo de amar,
No importa ya si es antes o después del sol,... la luz no es nuestra a esta hora y ya nunca lo será…
Tus manos, que a la vez las mías, no me conocen y me dejan caer… dirás que hago lo mismo, lo sé, pero no ves que yo soy el rey.
No es el modo, son las reglas, se te olvida con frecuencia mi condición de mentor, mi lado redentor.
No elegiste este cielo, yo te traje hasta él,… no elegiste esta luna, yo te la enseñé…
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Desgracia de buscar en el espejo alguna verdad…
desdicha de no verme en él…
error de buscar otra realidad, otra forma de ser…
Desgracia de buscar en el espejo alguna verdad distinta a la que hay…
malentendido a la hora de encontrarla…
error al apropiarla…


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Esta secuencia conjeturó sus pasos. El maleficio estaba al acecho y nunca nadie le avisó…
Sus manos no encuentran las nuestras, sus rezos nunca llegan…
Su cielo está hecho de promesas, su infierno de realidades…
Él, hecho cuerpo, cae vencido en la alfombra de nuestros besos, bajo la niebla de nuestros ojos.
Él ya no es él… no lo vemos en su lugar…
Pasa sus días en el purgatorio reconstruyendo planes
Arrodillado frente a al fuego que le incinera la calma…
Sus ojos no se cierran, permanecen atentos cada vez más, cerca del final…


guigiar

miércoles, 14 de mayo de 2008

Los pibes sin paz

Es más cómico si uno aprende a acompañar la sensibilidad con una sonrisa…

Se descubre, fácilmente y con el tiempo, que las miradas que se tienen para dar no son precisamente idénticas a aquellas que se planean recibir, de todas maneras no deja de interesarnos la falsa naturalidad y mucho menos la velocidad que solemos desplegar cuando queremos y vamos dispuestos a desorbitar.
Nuestro andar es fácilmente reconocible en las noches nuevas, aquellas que aún albergan pedazos del sol, por otra parte sabemos bien que al volver nos espera una hermética soledad, esta vez tal vez sea la de saberse en libertad. Es tan libre como severo nuestro temor a la oscuridad, el mismo prefiere tolerar el ritmo de nuestros llantos forcejeando con el paso veloz de nuestro instinto… (Una vez más terminará siendo más sencillo desarmar el espejo que la eternidad y, entre el humo, recuerdo que últimamente viene siendo la opción más concreta y real).
Ya es la hora, pronto deberemos caer. No podemos esperar mucho más, el moscón ya zumbó tan feo y real que ya es de todos la gracia de ver nuestro final, aunque no tengan que participar.
Golpes en la puerta en el momento de transformar la discusión en unipersonal nos aconsejan feo otra vez. El miedo es tan hondo y espeso que pronto volveremos a reír, al menos un par de veces más…
Minuto, segundo, minuto, hora… es indudable que sabemos como manejar las circunstancias pese a una minuciosa y estudiada desorganización, la misma nos permite llegar cada noche un suspiro más tarde que nuestra vanidad y un minuto antes que nuestra sombra; a su vez, y esto verdaderamente no da felicidad, gozamos inquietando a las miradas que caen rencorosas sobre nosotros.
Noche tras noche vamos construyendo un nuevo cruce, durante el día nos damos el gusto de jugar con nuestra sensibilidad a la vez que deslizamos una sonrisa mecánica para que no nos puedan encontrar.
Sabemos hacerlo, conocemos las reglas y no las abandonamos. Poco nos seduce la ambición, tenemos la gracia de saber perder batallas ganadas.
Solo nos asusta la oscuridad pero no nos importa,… dedicamos nuestro tiempo a vence el temor.

lunes, 12 de mayo de 2008

No, no y no.

Ni bien mi reloj puso su mano sobre mis piernas y mis ojos cortaron bruscamente mi fino cordón de plata supe que hoy, probablemente, no iba a ser un gran día. Aquella sensación me acompañó exactamente la cantidad de minutos que necesita mi cabeza para procesar información y, luego, siniestramente se evaporó, pues mi cabeza (sorprendentemente un tanto más ágil que otras mañanas) procesó la noticia que daría un tiro de gracia a mi esperanza pagana que rogaba por que aquella sensación sea sólo eso, una sensación.
En mi ser empezaron a arremolinarse malas respuestas, malas mañas, malos modales e, incluso, una rabia contenida (quién sabe de cuándo) que empezaba a organizar una protesta que traía humos de violencia… ¿la razón?, ¿que decía aquella noticia?, ¿cuál era la realidad?, simple, un paro espontáneo de subtes acortaba sideralmente mis tiempos y, consecuencia aún más grave, me empujaba a diseñar un plan de emergencia matinal.
Esto no hubiera sido problema (y creo que hasta hubiera sido un juego) de no ocurrir a estas horas de la mañana, sucede que uno (particularmente yo) no cuenta con una capacidad notable durante toda su vida y, siendo que esta “virtud” es más pronunciada a altas horas de la madrugada, el problema no sólo era ajeno (el paro), sino que también provocada y atentaba contra mi escasa condición pacífica.
De por si la mañana se asomaba dura, un frío con muecas de invierno decía presente sin importarle que la ventana estuviera cerrada o que la cocina estuviese encendida. La voz ya no era voz, era un eco que no dejaba de burlarse en mi cabeza, me repetía constantemente, con una tranquilidad desesperante, que no había subtes, que debía apresurar mi marcha y, como si esto fuera sencillo, pensar de qué manera ir a trabajar.
El desayuno fue lo primero que tuve que apartar de mi alma y, pese a un gran dolor, la decisión estaba tomada. Pudo haber sido la ducha (que finalmente también sería descartada) pero en aquellos minutos era verdaderamente muy necesaria para acabar mi proceso de despierte.
Pasaron los minutos y mi cuerpo no daba signos de reacción alguna. Mis ojos, que extrañaban brutalmente la suavidad del cordón de plata, padecían muertos, inmóviles, ante la pantalla de colores que ofrecía a muñecos desvelados hablando con definiciones de diccionario. Aquellos muñecos poco tenían de injerencia en mi realidad, pero su serenidad era motivo de más furia –debo reconocer que una vez resuelto mi problema coyuntural, mi odio hacia aquellos individuos permanece intacto pero fundamentado en otros motivos-.
El tiempo que mis ojos permanecieron clavados en la nada intentando asimilar un poco de frescura televisiva fue el suficiente como para que mi alma se viera en la obligación de desprenderse de otra parte importante de su existencia: la ducha. No había tiempo ya, en diez minutos tenía que estar trabajando y aún no sabía como llegar.
Un breve chapuzón en mi lavatorio asimiló algunas (no todas) propiedades de la ducha y el cepillo de dientes hizo lo suyo. Un trago de agua cumplió el rol del desayuno ausente y, tras haberme vestido casi sin ver y de memoria, ya estaba listo para partir.
Cómo ir ya era mi único problema, cargaba con mi mochilla llena de papeles universitarios pero no había una solución práctica en ellos.
Estaba desorientado, perdido, sin saber hacia dónde correr. De pronto, el despertador, la voz, el eco y, a estas horas mi asesor también, me ofreció un peso y me dijo: “el 2 en Belgrano, dale que llegas tarde”.
Así salí, con esa consigna.
Así llegue, obnubilado, sin entender bien lo que sucedió. O si, pero no queriendo hacerme cargo. No quiero entender que mis días ya son así, que soy parte de los noticieros matinales que conducen tipos desvelados que hablan con definiciones de diccionario.
Tal es mi negación que me reservo los pormenores de lo que siguió. Tal vez como anticipo o como curiosidad les digo que nada termina ahí, pues todas las otras personas que amanecieron con esta escandalosa noticia del paro decidieron (tal vez antes que a mi me lo digan) ir a Belgrano a tomar el 2.
No, no habrá más datos. Me niego a ser parte de aquellas personas que cargan con una desesperación enorme desde tan temprano. No los soy. No lo seré. No lo quiero ser.
Prefiero despertar con una canción.

martes, 6 de mayo de 2008

Todos en su lugar...

Ramírez no es un tipo para nada amable, ya desde niño podía observarse en él un egoísmo suficiente como para pensar que nunca encarrilaría su vida.
Ramírez no distingue una cena de un almuerzo y pocas veces se detiene a pensar en cuál debe ser la palabra indicada.
Ramírez no repara en autores, sólo en hechos. Actúa como si en su vida todos los acontecimientos favorables que se le presentan fuesen obra del destino y, a su vez, se enorgullece cuando encuentra las palabras justas para acusar a alguien impidiéndole, a tal efecto, la legitimidad de una defensa.
Ramírez rige su vida con una armoniosa y escalonada manera de pensar cualquier tipo de fenómeno que se le presenta, alunas veces se saltea escalones (o procedimientos) sólo por la adrenalina que le genera no encontrar respuestas por algunos segundos y sólo por algunos segundos, pues la sensación de no tener respuestas por un período más extenso al que puede soportar, genera un vacío inconmensurable en el alma que da vida a su razón. Esto le ha sucedido alguna que otra vez, pero Ramírez prefiere omitir estos hechos para así reponerse de brutal sensación. Cuando esto sucede, muy esporádicamente, Ramírez promete a cuanto santo se intercede en su televisión que nunca más volverá a fantasear con esta peligrosa adrenalina.
Ramírez y la televisión que esconde a sus santos saben que esto suena convincente y encantador sólo por minutos, hasta que su razón, en un terreno insignificante, nuevamente derrumbe un muro que resulta infranqueable para su alma. Con esto Ramírez se suele dar avisos certeros en su espíritu, dejando en claro la superioridad que profesa su racionalidad en la existencia que eligió para su vida.

Ramírez no dice nada, por ahora.

Así, malo como lo que se deja leer, son las sensaciones que acosan la vida de Uno López… monótonas, repetidas, trilladas como las frases que Uno busca para regocijarse en un laberinto que construyó su limitado ingenio…
Esto dista demasiado de lo que esencialmente es la vida de Uno, de sus momentos significativos, de sus puntos de giro, pero pese a esto es acorde para descubrir la monotonía que le ofrecen las salidas que tiene a su alcance… Pared, techo, piso y pared.



Uno López sostiene en cada discusión que sus días han cambiado, que ya no son los mismos que solían ser. Vaya si portan razón sus feroces dichos, pues en estos días es imposible para el mundo contar con una voz como la de López en sus ensaladas diarias.
Mucho protesta López por su necesidad de ser distinto, necesidad que lo lleva a asumir, muy entre líneas, que en el fondo no es tan otro en comparación con aquel Uno de aquellos días.
Quienes lo conocen no entienden el mecanismo por el cual Uno niega su condición de humano, la cual, como la mayoría de nosotros, se ha ganado al nacer de este lado de la vida. En algunas oportunidades Ramírez (un viejo conocido de su infancia) se anima a ver en Uno la necesidad de ser otro, otro muy distinto al que realmente es. En aquellas ocasiones Ramírez duda acerca de la posibilidad de comentar con López esta visión que, en el fondo, no es más que una inquietud ociosa. Esta duda se desvanece sin mayores problemas, por lo que Ramírez vuelve a desentenderse de la necesidad de López con una practicidad envidiable.
Esta actitud (la de Ramírez) generalmente ofrece más penas que alegrías. Uno no acusa recibo y sigue como si no le importase demasiado.
Después de todo cada mañana sigue discutiendo (con una vehemencia gradualmente mayor) que sus días efectivamente ya no son los mismos, que han cambiado. Vaya si portan razón sus feroces dichos que nadie repara en la posibilidad de que esto sea cierto, produciendo en Uno López una sensación solo comparable con la soledad en su sentido más amplio.
Uno vive, o intenta vivir, cada día como puede, soportando cada gramo de más y cada gramo de menos. Asume, porque en algún punto de su adentro ya no se puede mentir, que mal que le pese sus mañana son exactamente idénticas a las de aquellos días, sólo lo preocupa la necesidad ajena y una peculiar visión de los hechos que pocas veces le impide ser él.
Se levanta cada mañana y se da fuerzas para ser otro, busca en el espejo las respuestas que no le dan los azulejos y así, buscando, pasa López estos días de opacidad, grises, en los que defiende un circo que no montó pero que le sienta cómodo.
Uno López jura ya no ser el mismo, sus dichos portan tanta razón que el mundo entero se da cuenta que sigue siendo la misma sombra de aquellos días… aquella sombra que siempre fue.


Ramírez según guigiar.

viernes, 2 de mayo de 2008

Mentira I

Tuve un sueño en el que cierta voz, acostumbrada a no escuchar, repetía hasta el hartazgo la verdad. Cierta mañana, al despertar, esa voz me atemorizó, haciéndome creer que su tono era el más fuerte y el más sensato, ubicándome donde realmente debería estar, mostrándome el mejor lado de la verdad.
Casi al instante, una vez recogidos mis alaridos, decidí que no me dejaría callar, menos por esa voz tan familiar como siniestra, tan justa como constitucional, tan santa como insensata. Aquella mañana, casi al instante, supe que mis oídos no volverían a ser los mismos, supe que a cada paso los harían sangrar sin importar otro sentido que el que aquellas voces dan a la verdad.
Siempre supimos (mis penas aún no lo olvidan) que el monopolio no es para sabios y mucho menos para coherentes; que la verdad no es verdad si no se le reconoce una mentira… que cualquier verdad, en donde sea, tiene una mentira tan relevante y real que si no se la adopta termina por comerse a la verdad dándole, con tal acto, vida al dueño de las pesadillas, al dueño del terror.
Él, agazapado en sus escritorios y bibliotecas, no comprende que su vida no es ejemplo y muchos menos es dignidad. No entiende (porque ignora) la mentira que viene siendo, hace años, más grande que su verdad…
Nosotros aprendimos a callar, nos escondimos donde sabíamos que nos iban a encontrar y así fue,… empezaron por hacerlo sucediendo gritos, palos, muros y oscuridades, por lo general nunca en ese orden,… pero nosotros seguimos escondidos, pues otra realidad no nos quedaba, pues ninguna verdad nos reconocía, siquiera como mentira.
Siempre nuestra verdad fue más grande que la mentira que la seguía a lo lejos, quizás por eso, por verla, nos tocó el lado de la historia que nunca es justo. Se sabe que los oídos sensatos son cada vez menos y nuestras verdades son tan sinceras y humildes que no temen de ser tapadas por mentiras.
Así fueron nuestros años, escondidos bajo una verdad que reconocía su mentira pero que no pretendía callarla, dado que siempre conocimos lo fundamental de no monopolizar ni una cabeza, incluyendo la nuestra…
Hoy, mirando a los costados, en nuestra soledad, vemos que los ojos son cada vez más, que esta verdad fue fiel a su dolor y nunca lo negó, haciéndose cargo a cada momento y a cada lugar de su historia. Muchos lo vimos y nos sumamos hoy, gracias a su generosidad y amplitud, ya somos también parte de ella. Los ojos (aquellos ojos) que se miraron por mucho tiempo, por vez primera, trajeron más ojos amigos, más ojos hermanos. Esos ojos, que eran mudos, desarrollaron una singular forma de comunicarse, de expresarse, de gritar, y de una vez por todas quedó en claro que ya no iban a callar. Y no callaron. No callamos.
Hoy, detrás de sus escritorios, todavía saben donde nos pueden encontrar pero no hacen nada, se cansaron, nos van dejando ser, suponiendo que su mentira (confundida con una verdad) saldrá victoriosa en esta hegemónica manera de pensar…
¿Y qué de nuestra mentira? Pues convive con nosotros, no la encerramos, por el contrario, la dejamos crecer sabiendo que nunca será más importante para nosotros que nuestra verdad, la respetamos como tal y no nos atemoriza, sabemos que no nos va a ganar si realmente entregamos la vida por nuestra verdad. Sabemos que tal vez no nos quiera en sus planes pero que en algún punto ella edifica nuestra verdad.
Aprendimos a no temerle, aprendimos a respetarla, después de todo está y no merece ser callada...
Somos sinceros, no mentimos. Somos concientes que tenemos más de una mentira y que estas tienen su razón de ser en aquellos que no ven nuestra verdad, su mentira. De hecho ese es el asunto, la respetamos, la dejamos ser.
Ellos, sus voces, se olvidan de su verdad, no respetan a su mentira como tal, la confunden, muy a menudo ya, con la verdad que olvidan y vuelven a inventar.
Y así… queriendo monopolizar, no se puede ser.