lunes, 15 de octubre de 2007

Va testimonio...

Esta costumbre que se toma de caer a estas horas de la noche ya no me agrada tanto como en un principio…
Voy a tratar de hacerle entender que tengo mis tiempos y mis obligaciones aunque conozca de memoria la bandera que enarbolará. Es una gastada en la que flamean principios y prioridades. Antes no las compartía pero las aceptaba, y aunque ahora las comparta debo reconocer que no siempre me animo a aceptarlas.

En fin, y vaya a saber uno porqué, deslizó esto por debajo de la puerta tras una estruendosa (y ofendida) retirada… caprichos son caprichos.

Besos y abrazos para todos. ¡Aprovechen!, no siempre suelo ser tan amoroso.

Martín




El dolor no era excusa. Era hora de partir.
Leyó voces en un susurro. Ocultó la sombra en un pasillo de la habitación.

No comprendía la necesidad de permanecer que le producía la soledad, pero sabía que era su hora y no quedaba asunto por discutir. Protestó en vano unos cuantos minutos pero finalmente se entregó en un sigiloso andar.
Primero un paso, luego otro, y así, poco a poco, iba emprendiendo su rumbo.
Ya se había despedido de propios y ajenos cuando decidió no volver, sabía, con convicción, que de poco serviría recordar en horas de insomnio los rostros que animaron su tristeza.
Finalmente había llegado el día, sus manos eran aún más valientes y rígidas que las que tuvo en sueños, sus piernas, pilares de un imperio que nacía, se sabían más sinceras que de costumbre, había en su espalda una libertad nueva, única, la misma le endulzaba el paladar con sabores poco anecdóticos y muy precisos. Su mente ya no era aquel territorio avasallado por guerras tan innecesarias como impropias. En sus ojos se hallaban unos poderíos nunca imaginados por su más predilecta perversión. Estaba listo y ninguna suerte, por más bajeza a la que se animara, podría derribarlo en su ser.
El aire era verdaderamente un motor y no un instrumento para seguir con vida en un soplo más. Entendía, cada mañana, cuán valioso era poder respirar disfrutando tan singular acto. Había aprendido a no extrañar el cielo, de todos modos sabía que con luz o sin luz el mismo no se movía de su techo.
Tenía paz, la aventura le significada cada día el desafío de seguir y no lo preocupaba ni hasta dónde ni hasta cuándo, sólo seguía.
Pasaron calles, idiomas, lunas y hasta algún que otro sol, pero seguía sin sentirse defraudado por la dicotomía de su soledad, después de todo así había sido criado.
Sus años de espera fueron la prisión donde sacudió rencores y sospechas, y si bien algunos de ellos no le pertenecían, los adoptaba con sumisa gentileza.
Se pasó toda la vida, lo que no siempre resulta tan poco e insignificante hasta cuando se trata de una persona, retribuyendo miserias a quien adornaba su dolor. Este procedimiento noble no lo perturbaba, por el contrario, lo agasajaba con una singular manera de disfrutar.

Interpelaciones como esta, en las que jugaba a interpretarse, es de lo poco que lo ata a su pasado. Lo logró. Ya nadie, nunca más, podrá mencionar que está equivocado. Lo hizo y pronto lo volverá a hacer.
Sé que en algún lugar del tiempo espera compañía, pero no se preocupa demasiado, sabe que algún día llegaré.



guigiar.

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