lunes, 29 de octubre de 2007

Borrador face I

Va un texto inmaduro, impropio, desbocado, desestructurado, infame, inútil y soberbio. Me dijo que no pierda la calma, que de todas maneras su soberbia cabalga senderos que no perturban mi paso… no con esas palabras, pero con ese contenido.
No me ofendo, se que motivé tal reacción cuando le pedí que por favor volviera a leer el texto al menos una vez más de la que creyó necesaria…
De más esta decir que pocas veces leí algo tan a las apuradas, pero EL es EL…

Ojo, reconoce que tendría que haberlo tenido un tiempo más para trabajarlo, pero sucede que también reconoce que esta en un tiempo en el que más trabajo le acabaría por volar la cabeza. Es feliz sabiendo que todo tiene su tiempo siendo absolutamente reciclable…

Su borrador On-line.

Saludos.
Se los quiere.
Se los aprecia.
Se los desprecia. No es mi caso.
Se los ama. A veces si es mi caso.
Pero por sobre todo se los respeta. No?

Besos.

Martín.


Sin título.

En un día completamente vacío de contenidos no se encuentra la abertura que a veces suele ofrecer la desesperación. Me pregunto, con un alto grado de ignorancia, acerca de la existencia de aquella salida. Imagino que debe de existir en algún horizonte probablemente ajeno, al cual no podemos llegar al menos en estas circunstancias.
Poco de novedoso tuvieron estas transiciones. La sorpresa tiene algo guardado para nosotros porque sabe que nunca iremos, al menos yo, a buscarlo bajo este sol.
Cuanto más celeste o azul es el cielo más se reduce la libertad. Reconocen que tienen todo al alcance de una palabra, pero enmudecen en ocasiones iguales (o al menos muy parecidas) a esta.
La ciudad que soñé que esta repleta de sombras, algunas me pertenecían y no otras no tanto, pero sin lugar a dudas las mayorías eran consecuencia de años y años de letargo, de apatía, de distracción. Justamente ahí nace el problema, en la distracción.
La mañana siguiente creí haber soñado una ciudad llena de sombras, fue así, aunque lo que nunca pude distinguir, ni entender, es la diferencia tangible entre el sueño y la pesadilla. Las sombras que poblaban los caminos (las cuadras) no eran más que una distracción para nuestra mirada más crítica, la cual, de no haber estado enceguecida por el sol, hubiera sabido ser digna de tal. O al menos se hubiera animado.
Comprendí, una vez abandonadas las calles, que las sombras nos impedían darnos cuenta de la verdad. Las mismas se alternaban cuadra a cuadra con una cinematográfica reproducción en mi camino, esto, sin lugar a dudas, amenizó mi condición humana no dejándome salida más conveniente (y ruin) que querer encontrarlas.
Así transcurren por lo general nuestros días de rebeldía. Buscamos la verdad como única fuente capaz de valorizar y esculpir nuestra existencia, despotricamos contra aparatos injustos y maléficos que luego terminamos aceptando y, lo que es menos saludable aún, comprendiendo. Una vez más nos creemos capaces de sostener cualquier muro sin importar las consecuencias, pero nuevamente nos enceguecemos. –Es probable que esta devaluación moral y existencial merezca más contenido, pero me desagrada la idea de enredarme en sentimientos que luego abandonaré-. Como decía: vamos dispuestos, e irreverentes, a chocar con el sol, a quemar nuestra alma a cambio de un poco de dignidad, de paz. Vamos entretenidos con ese fin. Ellos, en el fondo, saben que iremos por ello y se divierten con nuestros impulsos. Nos ofrecen el sol (la verdad) a cambio de nada, está tan al alcance de nuestra mano que en un principio no lo podemos ver, pero luego, algún Dios mediante, terminamos reconociéndolo. Salimos a caminarlo para entenderlo, pare descifrarlo. Ellos, enfermos de democracia, se dedican a no entorpecer nuestra ira, nuestro recorrido. No nos ponen vallas en el camino, por el contrario; lo dejan tan visible y al alcance de cualquiera que más de uno podría dudar de su competencia y su afán de permanecer.
Nos lo dan, nos lo regalan, nos muestran por donde se entra, no se oponen, no lo disfrazan demasiado, no lo ocultan.
El poder de ellos está en conocer la debilidad, en menoscabar nuestra integridad, en saberse tan fieles a nuestro reflejo que simplemente nos conocen, después de todo ellos muchísimas veces terminamos siendo nosotros.
Lo único que hacen con una minuciosa ambición es colocar sombras, ubicadas a dedo a la par del camino que empezaremos a transitar. Las arman y seleccionan una a una con sus dimensiones y aires, con sus temperaturas y comodidades.
Ya está, el trabajo esta hecho. El error es nuevamente nuestro. Sus conciencias tendrán una noche más de tranquilidad, hicieron lo que debían y no aspiran a más.
Uno admite y se baña de valor tres, cuatro, a lo sumo cinco cuadras… pero la sombra está ahí, permaneciendo estática a la espera de nuestra anemia, de nuestra ceguera, de nuestro conformismo.
Así se fue un día más.


guigiar.

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