viernes, 19 de octubre de 2007

"Palabras estorbantes"

Los árboles rodeándome,
puedo verte descubriéndome
en las copas, que se vuelcan en la brisa
y descubro que me hablas y yo
soy presa y parte
de la lengua que me habla
me habla sin palabras…



Lejos, muy lejos, de pertenecerme entiendo que simplemente me agrada. Queda mucho más atractivo y cautivante con su música, sin la cual no debería ser concebido, pero como aún no manejo a mí antojo las sutilezas que ofrece este espacio no hallo otra opción. Imagínenla.
Bueno, las visitas esporádicas de este individuo me están dejando un tanto exhausto, es evidente que no puedo abandonarlo a mitad de camino, pero tampoco me da el tiempo ni la ecuación a la hora de soportar su existencia, debería ponerle un arancel, como para justificar. Ojo, con esto no deslizo la posibilidad de solucionar el inconveniente con una pequeña suma de dinero a cambio, muy por el contrario, había pensado en un monto más que elevado por mi tiempo. Aún lo vale.
Nada de esto va a pasar y en definitiva hoy es otro día grato, pero solo eso, grato. ¡Que palabra más cruel!, la gratitud me suena ahí donde se amontan ideas viejas y gastadas que quedan en desuso…
No era la idea salirme del eje que quería darle a esta breve entrada, se dio.
Vuelvo únicamente para decir que ahí están, esas son las palabras estorbantes que tanto me cautivaron ayer por la tarde. Insisto, no me pertenecen pero las comparto, las deseo, quiero poder sentirlas.


Martín.


El sol una vez más empezaba a calentar su ánimo gris con promesas de libertad, era la hora donde por lo general empezaba a patear sus fuerzas sin más remedio que verlas partir. De poco hubiera servido escapar, pero de todas maneras lo imaginaba sin saber de donde provenía tanto valor.
Aquella tarde, cuando iba más desorbitado que de costumbre, descubrió un sitio alejado de cualquier sospecha enemiga, es importante recordar que nunca antes había tenido la posibilidad de contemplar algo semejante en horas tan eternas.
Lo vio casi por obligación y en un principio no creyó en sus sentidos.
No era más que un breve pasaje adornado y delimitado por deshilachadas hojas que jugaban de techo a suelo, estaba ubicado al costado de un atiborrado y artesanal estacionamiento a la intemperie, y quizá el sendero era tan mágico porque muchas de sus hojas eran aún muy verdes, llenas de sabia.
Una suave curva dividía al camino en dos, y si bien la extensión del sendero no le permitía a uno perderse dentro de él, desde esta parábola era imposible distinguir un límite para el mismo. Resultaba ser tan infinita como real la perspectiva, generando de esta manera una fascinación nunca antes vista en el rostro de su alma ni en la soberbia de sus pretensiones, conceptos muchas veces confundibles el uno con el otro.
Apenas se entregó a su paso solitario supo que iba bien predispuesto a la sorpresa y en busca de la duda, emociones que nunca encontró. Simuló estar distraído un instante antes de poner el pie en la curva, producto de la simulación creyó caer en la duda, por lo que volteó la cabeza en busca de la sorpresa, y como sucede con toda creencia, fue rápidamente reemplazada por alguna un tanto más irrefutable.
Esta debilidad, la de ser refutable, aún no es propia del camino que se torna infinito desde un punto de vista que no es meramente longitudinal y probablemente nunca lo sea.
Volvió a dudar pero no se detuvo en busca de razones desparramadas en el aire, acto que hubiera sido por demás en vano si se considera que el aire aún continuaba prisionero y tangible.
Si se me pregunta por el sol diré que no se escapó, por el contrario, hizo lo imposible por participar filtrando emisarios que doraban las hojas más altas e inalcanzables. Decidió no contar nada de aquel lugar infinito adoptando como propio el significado no material. Este egoísmo tal vez haya sido motivado por los destrozos anímicos a los que se exponía su tesoro si era dado a conocer. Prefirió ocultarlo y así fue.
Pasaban tardes y tardes eternas, y a medida que iban pasando el tenía en claro dos aspectos que son fundamentales a la hora de entender su ambiciosa esclavitud que tanto le dolía. El primer aspecto es muy probable que sea la conciencia que lo conquistaba cuando pensaba en los días que restaban soportar, dado que a esta altura había aprendido a manejar la presión como ninguno en su mundo. El segundo, y no por ello menos saludable, aspecto a recordar es este hallazgo que menciono, el del camino infinito. Camino en el que sabía no ser encontrado y se refugiaba cuando su espalda no toleraba más la asfixia.
Así paso el resto de sus ratos. A veces procuraba no atrincherarse con tanta frecuencia por temor, en gran parte, a que se sienta a lo lejos su felicidad, y en una proporción un tanto más pequeña, desconfiaba de los emisarios del sol, al menos en los primeros minutos de su estadía. Esta susceptibilidad no quiso ser analizada.
Pese a esta galopante desconfianza, había aprendió a administrar con tanta dedicación su fatiga emocional que ni las sombras le generaban temor.

El camino aún existe y todos sabemos donde esta.


guigiar

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