jueves, 17 de julio de 2008

uf

Llevo sobre mis puños un deseo que pide un poco más de soledad, llevo sobre mi alma los gritos de mis vecinos cada día mas nerviosos. La realidad se volvió tan cuadrada con los años que, muchas veces, es mejor no mirar para ver.
Mis vecinos, cada día más desquiciados, no entienden otros modos de respirar; no admiten risas que perturben sus vitrinas, sus modales, sus modos de pensar. Hace instantes (minutos, no mucho más) vociferaban invocando a algún guardián, a algún supervisor para este descontrol. Todos hacen memoria, ese es el mejor argumento que encuentran para volver a vivir, para poder recordar eras en las que no tenían miedo, épocas en las que la realidad era un tanto menos codificada. Resulta que la memoria no suele ser justa con ellos, les trae espejos que distorsionan pasados y, muy felices y engañados, creen recordar realidad, creen cierta aquella ilusión no logrando verla con el terror que merece… con el terror que al menos nosotros vemos.
Apunto directo a la siniestralidad (de mis vecinos) sin pretender juzgarlos a ellos ni a mi pretensión.
Estos vecinos viven creyendo que su magia y su arte es ley, que sus realidades distorsionadas rigen el mundo y ahí vamos nosotros… sordos, ciegos y molidos a golpes por la mentira en la que viven, pues esta mentira ya es más que el castigo que disfrutan, es ahora nuestra realidad.
Los amos del mundo diseñan este espacio calculando las necesidades de nuestros vecinos, esto incluye también sus miedos y sus dolores… Los amos de este mundo hicieron de sus necesidades nuestras obligaciones y de sus miedos un juego que sostenemos los de este lado, los que tenemos que jugar a escapar.

Así se sucede la vida en este vecindario, todos llevamos sobre nuestros puños el mismo deseo que pide más y más soledad, más y más realidad. Nuestra alma porta (y soporta) los gritos y los nervios de nuestros vecinos.
Este es el juego, hacernos cargo del dolor que no toleran, aprender a escapar cuando los envuelve el vicio de atrapar, ser culpables de sus miedos y presas de su voracidad, hacernos cargos de sus nervios y esclavos de su realidad (cada días más televisada).

Aunque no lo logre, no deseo ponerme redundante, las ideas y los ejemplos me invaden como armas para combatir este dolor, como argumentos para tolerar esta esclavitud. Ya sé que el grito es mudo, no hace falta que lo digan otra vez; ya sabemos todos que no somos más que tipos que buscan una explicación en un diccionario. Empecé este párrafo (y ahora seguiré) queriendo decir que los amos de este mundo ven una rentabilidad impecable en las necesidades de estos tipos, con esto no quiero decir que estos tipos (mis vecinos) no sean culpables, eso lo veré luego; quiero decir que mis vecinos son también un invento (como nosotros, aunque lo seamos por carácter transitivo) de los amos de este mundo. Estos tipos crearon todo a su placer, a su ocio, a su ego; hicieron mares donde había ríos y montañas donde había desiertos, ¿qué podría detenerlos en su afán de buscar más?, ¿acaso nuestra vida?, ¿acaso nuestro sueño?, ¿acaso nuestra conciencia?... No, nada de eso. Hemos tenidos varios hermanos que han dado la vida por un “acaso” y fue sólo eso, una vida dada. Los amos de este mundo lo ven todo tan claro que nos venden estampitas con los héroes de aquellos “acaso”, los mortales de esta realidad, los valientes y los dignos, los que no sólo la miraron, sino que además la vieron y la despreciaron
Los amos de este mundo lo han pensado todo, lo tienen todo planeado…
Algún día retomaré este texto y yo ya no seré yo, en el peor de los casos (probablemente) termine siendo vecino de la vecindad, termine siendo víctima y a su vez victimario de este juego, el de los amos de este mundo.

Si, desastrozo. Lo supimos antes de empezar, al menos él y yo.

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