miércoles, 13 de enero de 2010

y qué carajo entendés por alma


Y cómo no iban a enloquecer si tan sólo tenían por dar cariño, si esos ojos llegaban cansados de atravesar lluvias de arena por las noches, si no se necesitaban pero saboreaban lo atrevido de imaginarlo.
Cómo no iban a querer un poco de placer si el mundo había visto desfilar los restos de sus últimas sonrisas, abandonabas todas al gentil recuerdo de alguna foto inmortalizando algo que tampoco fue real...
Él la escuchaba despacito, ella se burlaba de como él la iría a quedar aquella vez; ella siquiera podía presentirlo y entonces se burlaba por largas horas ignorando que también él estaba pudiendo hacerlo, como lo hacía ella, pero también de si, fundamentalmente de si mismo.
Entregados a la buena de la noche no supieron como tolerar un cuerpo sin alma, los refucilos del cielo parecían finales desperdigados en el ambiente que sólo tenían por fortuna elegirlos a ellos sobre al azaroso manto que era la tempestad. Eran conscientes de eso y escogieron agarrarse las manos para que independientemente del final que les toque en gracia aquella noche, los encuentre juntos; la suya tenía un poco más de miedo pero a la vez más convicción, la de él estaba seca pero se prendía fuego por tocar y así fue.
Sospecharon que fuera tal vez como ponerse frente a otro espejo, con tantas o más grietas que las del interior, que tan sólo escupiría bolas de fuego que surcarían la habitación hasta dar derecho en las almas. Lo sospecharon tanto que lo hicieron real, y así pasó... Bolas de fuego iban y venían tocando y quemando cada detalle de la habitación, las palabras se amontonaban en el aire y se apilaban en un universo de sentidos adorables, el mismo del que tanto buscaban escapar, sin éxito verás...
Suponiendo que aquello no haya sido más que algo tan imprudente como el sabor que sólo podía tener una oportunidad, suponiendo que no vieron bien y considerando que aquellos segundos eran bendiciones en comparación con los palos que hasta hace horas les sacudían el alma, se justificaron el pifie argumentándose que necesitaban unos ratos así.

Dijo de aquellos días, tiempo después: "qué locura, era como correr sin saber porqué, sin saber hacia dónde, pero correr sin poder siquiera detener la marcha para poder respirar, pensar, decidir hacia dónde ir... correr y correr como si fuera lo único que lograra mantenernos con vida".

Ella lo miró nueva, como salida del rincón más cálido del infierno, nueva, y casi sin querer sonreír pero no pudiendo evitarlo le cerró un ojo con un beso y le susurró: "qué desesperación mi vida, con decirte que entre tanta angustia sólo recordé tu número y entendí que algo no andaba bien... que algo no debía andar bien."

Pasearon juntos un buen rato, pero un segundo antes de decirse adiós se agradecieron la torpeza de haberse salvado las vidas, el uno al otro, y ese agradecimiento fue tan silencioso, sincero y justo que no hubo que decir más.

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