viernes, 8 de enero de 2010

pio pio pio

Es verte llorar y no entender el porqué, son momentos en los que te miro llorar, llorar y llorar por eternas horas a la vez que paseás esas penas a los golpes entre las paredes de cualquier habitación, y si por caso en lugar de cualquier habitación es el cielo escenario de verte llorar, llorar y llorar, tus penas arrastrás de cara al suelo por la nuca al sol, o a las nubes.
¿Entonces qué pensás que podés entender, entonces dónde irás a meter tantas risas cuando esto acabe y puedas despertar?
A todos nos marea este mundo -y verás que no es ninguna novedad- incompleto de almas y abandonado a la buena de un par de mediocres dueños de todo el poder que ellos mismos se inventaron -verás, también, un claro ejemplo de su mediocridad-. A todos nos marea este mundo y la nube tóxica que se nos vende por aire dentro de él y que puebla las calles de cualquier ciudad, pueblo, e incluso hasta algunas -aunque las menos- aldeas; nube tóxica que envenena poco tras poco, despacito, de un modo imperceptible por las calles de cualquier lugar.
Se trata de un veneno que nos toma los pulmones, nos recorre la sangre, nos sitia el cuerpo, y sólo recién ahí nos mimosea la conciencia para luego ultrajarnos el alma.
Recuerdo que hace algunos años hubiéramos reído bastante ante la ocurrencia de que aquel período crítico de envenenamiento en el ser humano se daba por años de la adolescencia, años en los que revelarse o manifestarse en disconformidad de tal o cual cosa, por insignificante que fuera, tenía -o al menos parecía tener- una importancia vital para esa parte del alma que solía sufrir por las injusticias y que le alcanzaba tan sólo manifestarse para satisfacer al menos una parte de si; y una vez derrotado el humano en ese período de eterna resistencia que es la adolescencia, finalmente acabaría por perder paulatinamente su cuerpo, su conciencia, y su alma en intenciones de la la nube tóxica que puebla cualquier ciudad; ambas (la nube y la ciudad) fieles reflejos del mal sueño de aquellos mediocres que se toman a grandes cucharadas las dosis del poder que ellos mismos se automedican, logrando así una mayor armonía en el caos que quizás alguna noche no los deje dormir.
Hubiéramos reído suficiente con aquello, y nos hubiéramos dispuesto a seguir riendo para encontrar así más explicaciones a tanta mierda que nos cae del cielo, pero hoy es verte llorar y no entender el porqué, si se supone que a tu edad (a tus años de vida) esas penas que te muerden no deberían ser más que fotos pegadas en alguna pared, o papeles escritos guardados en algún cajón. Verte llorar y no hallar el lugar en el que escondiste las risas, porque hacerlo supondría una buena cueva para que escondidos hallemos una buena razón y así escupir de una buena vez todo este veneno; y es entonces que razono que jamás encontraré ese rincón de las risas porque ese rincón básicamente no existe, porque que un lugar así quede entre nosotros y a nuestro alcance supone un riesgo que los mediocres entendieron que no les conviene correr. Entonces entendemos que estos mediocres, consecuentes con sus cálculos del riesgo, han ido pulverizando esos rincones y todas las risas existentes a fuerza de decisiones, haciendo de esos rincones lujosos cultos a su imaginación.
Es verte llorar y alegrarme de eso porque te conozco, y en la medida que llores habrá alguna penita queriendo convertirse en una buena razón -esperanza que nos dirá que algo allí en tu alma nunca se envenenará-.

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