viernes, 15 de enero de 2010

la playa que conocés


Viste vos qué curioso, se hizo de noche y el último no apagó la luz, por el contrario, encendió un velador más. Dame, dame, dame y tendrás era la consigna por aquellos días de veladores por sol, todos enriquecían la parquedad de aquellos días con algo tan sencillo como simplemente tolerar, sin levantar la voz tolerar.
Alguno probablemente pueda recordar ese camino de regreso a casa, e independientemente de su posibilidad (no nos preocupa eso, pues ni caminar se nos ofrece por aquí) nada va a cambiar. Si se va no vendrá por nosotros, por eso no lo esperamos, las más ansiosos son enviados a conversar con el dios velador, quien como castigo les chamusca las pestañas. Ese ritual dura unos momentos verdaderamente imperdibles, cuatro o cinco desaforados lavando sus culpas en torno al dios velador, quien incandescente les va derritiendo suavemente los párpados; ellos bailan cerrando y abriendo círculos constantes en torno al dios velador. Lo mismo hacen los de más allá, y aquellos del fondo también; y quienes admiramos este espectáculo tenemos por gracia callar, ni reír, ni llorar, ni festejar, ni lamentar, sólo callar; y en ese silencio sólo se oyen los rítmicos saltos de los hombres que ansían su perdón. Callamos sin entender el rol que nos toca ocupar en tamaño ritual, no podemos coincidir en si se nos castiga o se nos valora en aquellos momentos, aunque algunos los hay (los menos) que sostienen que directamente se nos ignora, que es demasiado pretencioso fantasear con la idea de que en un sencillo ritual entre veladores y arrepentidos nosotros importemos quizás más...
Sale el sol por algún lugar y a los veladores se les escurre entre gotas la realidad, los arrepentidos (falsos redimidos e impostores) también pierden a la luz del sol y entre gotas su porción de realidad (son las gotas del sudor que les va calcinando la frente)... El sol calienta suave y desde lejos, como concediendo esos últimos instantes de lucidez antes del final, y en su grandeza cabe no obligarlos a bailar, no obligarlos a pedir perdón, pues no los quiere bailar, pues no los perdonará... entonces les concede esos últimos ratos para que ordenen un poco sus pertenencias porque el viaje al infierno no será corto, será más bien largo...
Pasan los minutos y con ellos los veladores van perdiendo esa capacidad artificial de iluminar, el sol sigue trepando y los falsos redimidos ya no saben que hacer con su quietud, se van quemando y no pueden dejar de ver sus frentes sudar, alguno se cansa y se largá a correr... y corre, y corre... pero no se escapa del sol, él sigue trepando incansable ese cielo sabiendo que va a llegar, pase lo que pase va a llegar...
Pasan minutos que se suman y se hacen horas, y así el sol se acomoda magno en la más alto del cielo azul... Con la frialdad de un cínico o con la paciencia de un justo lo primero que hace es derretir a las nubes que no entendieron que hoy no...
Hecho esto se acomoda un poquito más y empieza el espectáculo... los veladores son chatarra sobre la arena, sus bombitas empiezan una a una a estallar, sus caños se empiezan a derretir, y los mareados de siempre, los falsos redimidos de anoche, se entierran los rostros en esa misma arena escogiendo la asfixia antes que la ira del sol... quien nunca les dijo nada pero les dio a entender todo.

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