lunes, 9 de noviembre de 2009

y que la sigan chupando, todo el verano

“Como si fuera tan sencillo”, pensó al instante de encontrarse de rodillas en el mundo. Sonrió con educación y abriendo sus ojos de un modo eléctrico abandonó ese sueño para siempre. Su reloj había muerto hace segundos, y su cara ya volvía a nacer tras una nueva lavada matinal, cepillo en mano, jabón al hombro, la pasta dental decorando todo el lavatorio, y por primera vez en meses el espejo lo saludaba con una sonrisa. Sólo entonces supo que de aquella explosión sólo quedaba un prolijo museo a la memoria. Sólo entonces sacudió su furia entre carcajadas a nadie, o al techo quizás, ese techo opresor que tantas veces lo quiso matar, ese techo maldito que por esas horas caía rendido por la vergüenza de verlo renacer.

Oye cómo grita esa voz hermano, oye como araña el espanto esa voz hermano, oye; oye como canta esa voz y dime, hermano, que no hay algo en este mundo que tenga sentido sin el alcance de esa voz.

Es recopilar sueños y jugar a configurar historias el pasatiempo preferido cuando debe sortear sus mañanas sobre vagones. Nunca falta una ventana al filo de sus ojos, y siente entonces que ha recuperado ese entusiasmo que le producía mirar. Se le caen las sonrisas con los tropiezos que nunca faltan en sus caminos, y se encienden sus ojos cuando son otros quienes vienes por él, como aparecidos de un destino que no existe y sin embargo se empecina por hacerse notar... “que casualidad” se dirá alguna vez, pero sólo al principió, pues más tarde aprenderá a convivir con esa hermosa sensación.

Hay días que naufraga a la deriva, solo, yaciendo sobre esa balsa que baila bien pagada al mar, con un suave erotismo. Sus palmas miran al sol como agradeciendo los que sus ojos cerrados no están pudiendo ver, esta de cara al cielo, recibiendo la fuerza que tanto buscó y un buen día (“que casualidad”, dirá) encontró. Sus uñas ya no se mueren y el dolor no es más ese fiero puñal que cada mañana se aferra a su corazón; duerme cuando quiere y si quiere se queda despierto para ver un maldito amanecer, o dos, o tres, pero nunca más de tres.

Como si fuera tan sencillo, se dice y se despierta asustado. Nadie lo mira pero se siente aterrado.

Nadie camina y sin embargo hay pasos, se acercan, se alejan, se detienen, saltan, bailan, ¡corren!, pero se detienen, siempre se detienen cuando él empieza a reír, y cómo ríe... Se ríe tanto que su perro también se tienta, y juntos se cagan de risa toda la tarde. El perro no toma mate pero se come sus buenos bizcochos, entonces él lo entiende y le sirve cada tanto un poco más de agua. Él admira a su perro cuando éste se caga en los diarios, algunas veces, incluso, él toma un poco de más y también se anima a cagarse en los diarios, y se caga en Clarín, y se caga en La Nación, pero básicamente se caga en Clarín, y su perro lo mira, serio al principio y sincero después, como contento...

Los días de asado son los mejores, un par de vinos, unas cuantas canciones, unas piturreadas populares y muchos perros para entrarle a los huesos. Algún que otro bandido se rinde boca arriba sobre el océano que vive dentro de la pelopincho; otro, seguramente de cara al espejo, ensaya las sonrisas para conquistar alguna dama por la noche, pues planea salir de fugitivo por los bares y ciertamente así será. Hay al menos 3 en la terraza, se ríen tanto que finalmente se ríen de olvidar el porqué reían; los perros se la pasan corriendo de aquí para allá, bailan entre las sillas, sin tocarlas siquiera, como si ese fuese el juego.

Cae el sol, alguno alumbra unos mates, otros prefieren naufragar y ya son varios lo que hacen un limbo de la pelopincho; de cara al sol son todos felices: ellos, los perros, las brazas, las birras, los mates, las tucas, las plantas y la pelopincho.

Todo ocurrió en paz, sin bombardeos ni tiranos, sin envidias ni hombres insanos, sin muertos y sin esclavos, sin dueños ni empleados. Todo ocurrió en paz, como debía ser, en horas de la tarde, esas horas en las que el sol no quema pero calienta, esas horas en las todos admiramos con alegría aquella planta de mentas, y aquella otra de lujuriosas figuras, y aquella de inflados tomates, y aquella otra de extraño sabor.

Todo ocurrió ante personas, entre hermanos, seres que entendieron que el tiempo no es otra cosa que uno, que nace, crece, se muere y se va; que el resto siempre queda, cada uno con su tiempo individual. Tipos que saben que el paso del tiempo no es otra cosa que el andar, siempre derecho y hacia adelante, siempre dispuestos a morir, pues hacia allá vamos, más o menos convencidos, pero hacia allá vamos. Entonces el tiempo no fue para ellos otra cosa que ellos mismos, y así pudieron detenerlo y mirarlo, adelantarlo y disfrutarlo, sin ninguna culpa, sin ningún reproche, sin ningún reto, sin ninguna orden. Así se vieron a los ojos y así no lo olvidaron nunca más.

Nunca falta uno diciendo que quiere ir un poco más allá, a la vez que se lamenta por no tener el tiempo suficiente, entonces, ese escuadrón de héroes que ahora son esos que antes eran una bandada de pavos rotos y fisuras se encarga de invitarlo a entender, por las buenas casi siempre, aunque a veces por las malas, de lo equivocado que se está si se imagina al tiempo por fuera de nosotros, como aquello a lo que inexorablemente estamos sujetos en un ciego e inmutable devenir, y que nada podremos hacer para alterarlo si no en contados fines de semana... y ahí, si se permite la expresión, esa banda de héroes con trajes de humo y caras a toda sonrisa, se encargan de decirle, al ahora redimido, que, en líneas genereales, no ha sido otro que un pelotudo, un soberano pelotudo.

1 comentario:

  1. el problema es que uno tiende a la soberana pelotudez. si uno no le pone un freno, si no se detiene un segundo a pensar (¿se detiene o fue antes que estuvo detenido?), si no intenta evitarlo por algún medio, uno termina cayendo en la soberana pelotudez. es todo un tema.
    mejor es escaparse de eso, que es lo mismo que decir encontrarse. y me alegra que te encuentres, y es una alegría egoista porque que vos puedas encontrarte implica que yo y cualquier otro también nos podemos encontrar.
    habrá que aprender a construir el tiempo otra vez. quizás aprender de los perros, que si le enseñaron a alguien a cagarse en clarín y la nación es porque no son tan pelotudos como parecen.

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