viernes, 16 de enero de 2009

migas sobre el corazón (¡Oh, alguien ha comido aquí!


Hay voces que definitivamente ya no molestan a los oídos más poderosos, esto es tan evidente como que hay colchones especialmente fabricados para hacernos simular el acto de soñar.
Es evidente como los ojos más sensibles al fracaso prefieren apilarse, unos con otros, para morir más cómodos, al menos con esa esperanza (y ese sueño) de no ser los únicos en partir.
Es notable como el humo nos perfora los pulmones y acá seguimos planeando de qué modo podemos empezar a pensar; nos miramos los rostros y no hallamos huellas que nos digan qué puertas podemos empezar a investigar.
Miro por la ventana y los veo a todos tan llenos de placer a la vez que educan sus espíritus con las voces del noticiero, con la baba de alguna otra mamá.
Me detengo un segundo frente a tus ojos y veo que ves lo que vemos todos, veo que respirás lo que respiramos todos, veo que sonreís como solemos hacerlo todos, y sin embargo sigo frente a ellos y no puedo dejar de distraerme con mañas que no valen ni la mitad de lo que me roban.
El tablero está tendido bajo nuestras narices, coordinamos los pasos y bailamos huyendo de a uno entre los casilleros. No nos ha quedado ninguna reina a quien rezarle, hemos perdido a nuestro rey en manos de unos pocos peones, los caballos se han muerto de hambre antes de aprender a galopar, los alfiles han demostrado que siempre han sido (son y serán) unos traidores, las torres están todas ocupadas por enemigos y sus paredes se desangran en lágrimas por no poder llorar. Tan sólo quedamos unos cuantos peones cruzando a pie este campo minado de malas ideas, de malos consejos y de pésimos acontecimientos; somos sólo unos cuantos renegados huyendo (de a uno a la vez) del abismo al cual nos abandona este tablero inclinado.
Ya no molestamos oídos poderosos, creo que sólo incentivamos sus ganas de ser peores a esto que detectamos; creo que ése es su juego desde mucho tiempo ya, incluso desde antes de nacer.
Los ojos más sensibles al fracaso confirman día a día este juego ingenioso de mirar la pared cuando las balas van y vienen. ¡Cuántos ojos apilados sobre luces artificiales haciendo las veces de sol! Enciendo mi cabeza y me hundo minuto a minuto en este infierno de pobreza triste pero real; abro mis manos y las desparramo con fuerza por el viento soñando golpear y despertar alguna otra en el camino, y sin embargo siempre vuelven hechas puños vacíos para esconderse en mis bolsillos.
Parece mentira que nos metamos en el cuerpo distintos estilos de cáncer y que a la vez colaboremos con aquellos que nos quieren lejos de acá. No puedo creerme que nos miremos silenciosos y al darnos cuenta qué camisas viste el destino que nos devorará seamos capaces de preferir un plástico hecho teta antes que una mueca de insoslayable verdad...
Parece mentira, pero en ocasiones descubro que somos peores que nuestras pesadillas; que cabe en nosotros más odio del que podemos pensar, siendo esto un buen motivo para creer que en ello esté la causa por la cual han pasado miles de siglos y no hemos aprendido a querernos...
Bueno, creo haberme excedido lo suficiente. Prefiero ahorrarme algunos disgustos para cuando realmente no queda ya más nada por hacer; mientras tanto prefiero desparramar sólo algunos y luego recogerlos con las piezas de esta última partida que, como en todas las noches, he vuelto a perder.

1 comentario:

  1. Una vez oi decir que el que patea los penales es el que los erra, por lo que si perdistes una partida es porque la jugastes o no?
    El tema es jugar siempre, siempre jugarsela, no aflojar, porque lo peor son aquellas partidas que perdemos sin jugar, aquellas que nos invitan al barro y vaya uno a saber porqué razon no queremos embarrarnos.
    Ahora bien, cuanto hace que unos peones no se comen un rey?
    Salute!

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