domingo, 25 de enero de 2009

fuera de lo azul y dentro de lo negro

Muy por encima del Hip Hop, tan alto que hasta él mismo, por esas alturas, llegó a sentirse imaginado. Se vio escrito en algún mural, como último golpe de verdad, de igual a igual, como un grito de furia sobre una pared de concreto que lo tragará:

“A ustedes Mc´s truchos, sáquense los pañuelos que avergüenzan”.


Antes de partir Miguel Fernandes se acribilló un pedazo de destino con una mala decisión, reorganizó como pudo un par de pasos y se escribió en medio del barrio una leyenda de eternidad. Y hoy, por aquellos lados, creo que ninguno puede olvidarse (siquiera por un segundo) que alguien más irá a venir y deberán desvelarse en quererlo reconocer:

“Voy a volver por más que la estén pasando bien sin mi”.


De la tierra florecían madres ancianas llenas de vida y ganas de enseñar, a sus pies los pastos cosquilleaban entre sus dedos con pieles verdes y rabiosas que se encendían con el sol. Brotaban las plantas con flores de tantísimos colores como infinitas combinaciones se puedan calcular, brotaban y se nutrían de buenas sombras y mejores consejos; bebían lo suficiente y por las noches se solían refrescar. Piedras sin vida me decoraban la mente haciéndome recordar que siquiera ellas habían podido llegar, permanecían tiradas, desparramadas y desprolijas con un estilo más que desesperante. El arroyo se sentía un niño inquieto, escapaba del lago y corría a gran velocidad, iba descubriendo un mundo maravilloso como por primera vez, como si en cada segundo tuviera algo nuevo y hermoso que acariciar, algún misterio lleno de vida por descifrar. Se inmiscuía entre los árboles fantaseando con meterse dentro de ellos, empezando tal vez por sus raíces. Soñaban con llegar al cielo sin perder la oportunidad de jugar mientras llegaba aquello. Se convirtió muy de a poco en nubes y allí ya no pude imaginar cómo es el mundo que será; frente a nuestros ojos hoy las nubes son como espejos que nos dicen sin mostrarnos lo malo o lo bueno que nos vemos, lo arroyo feliz o lo agua muerta de ciudad que nos viene a regar.

Sé que siguió viboreando por siglos entre la tierra, su dedos de agua eran cada vez más estrechos pero no dejaban de acariciar, se subían y se bajaban de piedras viejas que les contaban los secretos que ellos guardaran sin poderlos contar.
Está abierta la vida (o al menos una hoja dentro de este mundo) y nuestro ojo ahora mismo no tiene un lente como para observar, estamos desparramados por todos los rincones y de rodillas nos aleteamos los rostros con las manos queriendo acariciar una pared que nunca va a aparecer.

Nuestro ojo no enfoca y se pone nervioso porque no encuentra algún tiro que capturar, no sabe dormir la siesta y no puede estar más de dos horas cara a cara con la libertad. Se quiere esconder, se quiere ir, se quiere disfrazar de otra cosa para poder de este modo cambiar lo que ve. Se nubla y se moja, se seca y se arde en un infierno pequeño (del tamaño de un ojo)... Y allí vos, ya has intentado todo con las manos y tu cabeza te empieza a chistar, el ojo se te pone indignado y te hace pensar que de él depende ver... te mirás la mano y ves que están viendo un instrumento con 5 dedos para teclear, ves que se imaginan dos manojos de huesos ordenados para operar mejor, te miras el alma frente a la madre y ves que el ojo es tuyo, tanto o más que la mano que sabés sirve mejor para acariciar.
Y debajo decía:

“Al progreso no le creo” Hijos de la tierra.

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