martes, 22 de abril de 2008

Preámbulo (-XXI)

Nos descubrimos por un segundo en la eternidad.
Cuando el polvo se hizo mugre nos encegueció, pero sabía yo que estabas por ahí, en algún lugar…
Los años son los mismos en algún lugar de mi alma, veo que no perdimos todo aquella mañana… ¡al menos hemos ganamos una soledad!...
La paz solía ser su eterno recurso cuando cristalizaba un mundo ideal, sin él.
No ve (ni logramos ayudarla) más allá de sus manos… sus dedos sangran y siente pena. Se pregunta a cada deseo cuántos trenes (o años) deberán ignorarla todavía. Escucho, y recojo atento, cada una de sus penas… me miro en su espejo y veo que su arte es nostalgia en mi perdición, donde ella sabe obviarme.
Corrimos por las calles, chapoteamos más de lo necesario y, sin embargo, nunca encontramos las luces. Hay quienes dicen, los más, que el camino era sólo pasión, que nuestras manos nunca han estado enlazadas y que sus miedos nunca han sido ciertos…
Distintos delirios de un mismo rey adornaron nuestros caminos. Algunos engranajes nos impidieron encender la lluvia en pares de ojos amigos y por conocer… no importó, o eso parece.
“Una pieza acá… otra por allá”, esa voz se hacía cada día más familiar, manejaba nuestra fiebre, nuestra fe.
Ya no corremos por los senderos que soñamos. Poco queda del final que imaginé.

“(…) como en cada mañana, el agua le dice que el malestar no es eterno, que sólo se dedica a ser costumbre y no ofrece mucho más. Las salidas siempre medían su vida y nunca encuentra nada quieto al regresar”.

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