lunes, 18 de febrero de 2008

"Eterno amanecer..."

"Sabías que era rica la miel de su sien, pero más enfermo (y empalagoso) es desaperecer en las noches de abismo. Solía pertenecerte de a ratos y aún no habias escrito detrás del cielo su nombre. Siempre supieron que no sería más facil intentar, de ninguna manera. Tus pasos muchas veces eran como los suyos. No sabiamos jugar y preferíamos perderlo".


Juan Ramon Bernartussi, el hombre que sólo vivía de a veranos, se levantada todos los días en la mañana después de desayunar y asomaba su cabeza al lavadero en busca de algún consejo. Todas las mañanas de verano lo encontraban a Juan Ramón sumido en su más feroz libertad. Sus amigos, los que más lo querían, le daban el gusto y creían que él era un tipo de actitud pero sin marcas. Cada mañana, y luego de peinar su reflejo, Juan Ramon bajaba al mercado en busca de un poco de distracción. Al llegar a la esquina, rumbo a su única vuelta incesesaria, podía contemplar el abismo que cubría su ciudad. A los pocos metros de entrado en la nada, Juan Ramón Bernartussi corría el riego de desviarse sólo para saludar a la única persona en el mundo capaz de expresarle sinceridad, Emilio Roque Ururtigury, el encargado del edificio en donde vivía su madre. Al extrecharle su mano, Emilio Roque Ururtigury padecía el primer sobresalto del día, puesto que como de costumbre, no teleraba que interrumpieran su estupidez. Así, tolerando intolerancias y destiempos, pasaba sus ratos ignorando previsibles finales para su ocredad, que no era muy severa pero tampoco era normal. Tras dejar de pensar, apagaba su luz artificial cerrando los ojos y jugaba a descansar. Juan Ramon Bernartussi, el hombre que sólo vivía de a veranos, se levantada todos los días en la mañana después de desayunar y asomaba la cabeza al lavadero en busca del algún consejo. Todas las mañana de verano lo encontraban a Juan Ramón sumido en su más feroz libertad. Sus amigos, los que más lo querían, le daban el gusto y creían que él era un tipo de actitud pero sin marcas. Cada mañana, y luego de peinar su reflejo, Juan Ramon bajaba al mercado en busca de un poco de distracción. Al llegar a la esquina, rumbo a su única vuelta incesesaria, podía contemplar el abismo que cubría su ciudad. A los pocos metros de entrado en la nada, Juan Ramón Bernartussi corría el riego de desviarse solo para saludar a la única persona en el mundo capaz de expresarle sinceridad, Emilio Roque Ururtigury, el encargado del edificio en donde vivía su madre.



Brindis, salud, chin-chin.
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