miércoles, 11 de agosto de 2010

leyenda de un nadie

Qué desesperación, pensó tras cerrarse la puerta de la formación, ya dentro del túnel la velocidad vestía de relámpago y vaivén, su mano lo sostenía al caño más alto mientras que la izquierda le apretaba al pecho la mochila y la desesperación, oprimiendo con brutalidad esta última. Sentía su cuerpo sacudirse y eso lo ponía más nervioso, aún más desesperante.

Cuando el alarido de silencio en sus oídos le indicaba que aquella pesadilla de tres minutos había acabado, cuando empezaba a sacudirse los escombros de la rabia y a entrar en razón, nuevamente el silbato se burlaba de él, las puertas aplaudían irónicas y severas las burlas y otra vez a rodar sobre rieles, arrastrando por debajo de la ciudad miles de almas sin luz, y ciertamente aquello podría resumir su hondo sentimiento de desesperación dentro del pecho, aprisionado por la mochila.

Todas sus mañanas. A las ocho menos cinco cruza a los saltos la Plaza de los Virreyes, pero como nunca logra acomodarse empieza la desventura de su extraño temor. Todas las mañanas, con lluvia, con sol, con frío, algunas ardientes, otras escalofriantes, todas; el periplo más ruin

Fue cuando llegando a Jujuy sospechó que no ya no soportaría sino hasta Entre Ríos, su cabeza se trabó y sus ojos ya no se abrieron. Por instinto en Pichincha -tal vez por la simpatía que le producía su pronunciación- decidió que habían terminado sus días, y ni bien su mente repitió entre fatigada y obediente la secuencia de silbato, risas severas, aplausos, relámpago y vaivén ,su ser estalló en mil pedazos. Tras terrible estallido era imposible soñar con algo de él, había desaparecido de la tierra en una explosión desesperante, y tal reacción no excluyó a su alma, por el contrario la estalló también en añicos indivisibles.

Nada, nada podía quedar de él.

En Bolívar se fueron todos, y todos de nuevo entraron; nadie nunca notó nada. Siquiera manchas de rabia o de alma encontraron en sus sacos y bufandas, nada, nada, imposible sospechar.

Otra vez Virreyes, todos abajo, todos arriba; ida y vuelta días y días sin que nadie nunca sepa nada, sin que nadie nunca se preguntara nada.

Desde aquel episodio quienes temen morir en manos de la desesperación, con una muerte silenciosa, opaca, con magia de subte E -algo así como insignificante-, desde aquel día quienes oímos la leyenda y rara vez -"de no mediar infortunios de los dioses de los tiempos"- nos jugamos azarosamente la vida, tomamos el 126.

2 comentarios:

  1. Copado!
    Y sí, quienes sufrimos allá abajo todos los días sabemos del dolor empalagoso de a quien se le cierra la garganta.

    Saludos.

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  2. Lo que esta mañana con Yann Tiersen de fondo estaba esperando...
    Excelente relato, excelente y sentida interpretacion del mundo, aunque sea arriba del colectivo o en las entrañas del sub-suelo...
    Clap! Clap!

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