viernes, 14 de septiembre de 2007

¿A modo de presentación?


Aquí abre un gran paréntesis.

Llegó la hora de empezar. No sé cómo pero aterrizó en las selvas del ocio la necesidad de trascender (un poco, no suelo abusar demasiado de la pretensión) las fronteras que ofrecen las nauseas en evidentes repeticiones.

Está casi todo dado: no es tan tarde como para pensar en ir a dormir ni lo suficientemente temprano como para permanecer en el letargo.

Nunca jugué a ser torero, estrella y mucho menos ascensor, conozco los límites por encima del techo. Ahí van las disculpas un tanto camufladas.

Párrafo aparte a la sinceridad que me invade.

Nunca imaginé que esto podía suceder, y si bien tampoco es algo muy relevante, tiene una mínima importancia que todavía no conozco.

Se cierra el paréntesis, no queda mucho por aclarar.

Pasó la vida y no tenía nada que recordar, no había en sus dedos algo que lo haga disfrutar. No era tan feliz su existencia al final de cuentas, siempre el mismo desenlace a toda la humanidad. Siempre la misma noche que cae sobre el atardecer.
Nunca se creyó la suerte que tuvo por no pertenecer y se pasó la vida esperando su oportunidad.
Se consumieron los días a su alrededor y no le alcanzó al valor para despegar, acarició en libros y enciclopedias la verdad. Se bañó mil veces de omnipotencia, corrió furioso entre las tinieblas.
Pobre de él, no da cuenta de su tiempo y sigue buscando consuelo en la oscuridad. El sonido le estremece el alma pero no distingue la música del ruido ni la poesía de la rima.

Me contó que fueron horas de incertidumbre, es más, le molestaba sentirnos respirar y no ver. Le molestaba tanto que optó por renunciar a su libertad y dedicó su vida a maldecirnos, a querer pensar como nosotros, a correr detrás de la casualidad. Me confesó que soñaba con encontrarnos en una esquina.
Nunca pudo, nunca le dio resultado.

El orgullo le prohibía seguir nuestros pasos. Quizás fue por eso que dejó pistas para ser localizado.

Pero nunca nadie lo encontró, tan sólo una brisa lustró sus botas y amenazó su calma con quedarse, y tras jugar viéndolo sufrir un rato cambió su falsa y modesta opinión para huir.

Pasó esa noche y todos sentimos que en su mesa se jugaba más que toda la eternidad.

Nunca más lo volví a ver. Juré que lo enterraría en la noche donde eligió vivir y así pasó.

Quiero volver y no se cómo, no encuentro puerta ni rencor para visitarlo. A Dios gracias la sana bendición de haberlo conocido, su odiosa existencia no fue más que la única prueba que se me presentó. Ya no dudo. Existe la traición y mucho más.

(El claustrofóbico encierro fue un solitario palacio para su alma y ahí se quedó, se perdió).



Simplemente pasó. Espero que continúe porque me causa intriga su necesidad.

3 comentarios:

  1. No entiendo nada, pero todo esto está escrito por vos?

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  2. No. Lo escribe guigiar.
    Yo no escribo esto ni soy el. Besos.
    Martin

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  3. El intrincado universo del autor. su indefinible personalidad que a riesgo de perderse se desdibuja. que increibles tareas te esperan, espero estar ahi, en el mismo camino, bah!, si ya lo estoy, jajajaja... sos groso. te dije alguna vez que queria hacer algo... hagamoslo.

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